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Actualizado: 4 de junio de 2025
Aguarda un momento respondió ella con acento de mal humor. Se echó sus pobres vestidos encima, encendió el candil y abrió la puerta. ¿No me has dicho hace un momento que tenías que hablarme? ¡Dí! ¡Ya no me acordaba, rapaz!... No era más que una chanza... respondió ella, humilde al ver el rostro contraído del mancebo. ¿Cómo chanza? exclamó él rebosando ya de cólera. Esto no es asunto de chanza.
¡Hermosa, sí, hermosa, majadero! exclamó furioso el señor de las Cuevas. ¿Serás capaz de poner tachas a un ángel? No riñamos por eso. Sí reñiremos... No quiero que vuelvas a hablarme de Cecilia de ese modo... ¡Vaya, vaya! Bien; pues confieso que Cecilia es una chica muy linda... pero... ¿Pero qué? Pero yo no puedo quererla... porque ya quiero a otra.
Me dijiste: «Mi hija ha muerto»; me manifestaste deseos de que nunca te hablara de ella, y puedes decir si alguna vez he tocado tu vieja herida con la menor alusión. Bien, ¿y qué? ¿Adonde vas a parar? dijo Esteban, tornándose sombrío al oír estas palabras . ¿A qué viene hablarme en un día tan sagrado como el de hoy de cosas que me hacen daño...?
Siento mucho, señora dijo con expresión soberbia, haber ocasionado a ustedes un disgusto... Pero estoy tan acostumbrado a que el público se fije en mis actos y los comente a su gusto, que esas habladurías y esas gacetillas de que usted acaba de hablarme, no me causan la más mínima molestia. Los pequeños se vengan de la superioridad de los grandes, murmurando de ellos.
Ya sé yo que tu jovialidad encubre una inteligencia sesuda y grave y que tras de tu frivolidad aparente escóndese un carácter más prudente y razonable que el nuestro. Habla, pues, sin recelo, máxime si, como supongo, vienes a hablarme de mi hija... Sí, tío, precisamente vengo a hablarle a usted de Magdalena. ¿Y qué tienes que decirme?
La señora no ha oído llamar, está en su tocador... ¿quiere el señor que la avise? preguntó Anselmo. ¿Eh? no, no, deja... digo... si el señor Magistral quiere hablarme a solas... y se volvió el amo de la casa al decir esto. Bien, sí; al despacho... entremos en su despacho.... Entraron. El temblor de Quintanar era ya visible. «¿Qué iba a decirle aquel hombre? ¿A qué venía?...».
Prefiero a los míos; y desde que sé que el tal señor desea hablarme del negocio, tengo más ganas de pedir al doctor Zurita que me dé su consejo. Lo verá usted, doña Zobeida. Yo me encargo de la prestación. Sonrió la vieja dama con una alegría infantil, mostrándose aún más locuaz y comunicativa. El negocio hubiese llegado a término hace tiempo si mi finado tío viviese.
Necesitaba preguntaros... Sí, por una mujer... y por esa mujer he venido yo. Y á propósito de esa mujer, ¿tendréis que hablarme también de algún hombre? Y de algunos. Esa mujer... la madre... se llamaba Margarita como la reina. Coloróse levemente el semblante del padre Aliaga. En efecto dijo ; Margarita... Ha sido siempre vuestra desesperación. Debe de ser para vos fatal ese nombre. ¡Para mí!
El padre entró a verme; se sentó a la cabecera de mi cama, y después de algunos lugares comunes, empezó a hablarme de amor como un galán cualquiera. Me hizo una declaración. Yo estaba aterrada y escandalizada.
Pues me encontré a mi perseguidor hablando familiarmente con el Padre. Quise aguardar desde lejos a que terminase aquella plática, y el Padre me vio, y me dijo: ¿Qué se le ofrece a usted, señorita doña Manuela? No deje de hablarme ni se retraiga porque vea aquí a este caballero. El, su madre y otros individuos de su ilustre familia, son amigos míos de toda la vida.
Palabra del Dia
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