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Actualizado: 4 de junio de 2025
Mientras la joven se echaba a correr para alcanzar a su tío, la condesa se dirigió a la cubierta de cristales seguida por el diplomático, que iba mascullando su exordio. ¿Tienes que hablarme, Raúl? dijo la condesa. ¿Qué quieres? Yo también tengo que decirte algo.
Soy amigo viejo de tu familia, fuí condiscípulo de tu padre.... Oyelo bien: ¿sabes a quién debo la carrera? Pues a tu abuelo. Ya verás que no puedo venir a esta casa por interés. Mira, muchacho: no vuelvas a hablarme de eso. Pero, doctor.... ¡Qué pero ni qué peras! ¡Cuánto agradecí al facultativo su desinterés!
Me acuerdo... tenías que hablarme... Habla cuanto quieras. Estaba tan borracho, que se le cerraban los ojos y su voz gangueaba como la de un viejo. Fermín miró al Chivo que, como de costumbre, se había sentado al lado de su protector. Tengo que hablarte, Luis, pero es de algo muy delicado... Sin testigos. ¿Lo dices por el Chivo? exclamó Dupont abriendo los ojos.
Me ha pedido fuego para un cigarro, contestó temblando la traperita. Yo creí deber atajar la conversación. ¿Es usted la señora Adela? la dije. Sí, señor: ¿qué se le ofrece a usted? contestó secamente. Necesito hablar con usted a solas. ¡Ah! ¡Necesita usted hablarme! Pues vamos. Y se puso en marcha. Noté que la traperita arrojaba sobre aquella mujer y sobre mí, una mirada llena de ansiedad.
Guarda silencio; y para mi es una respuesta cruel. Mi poder no va mas lejos. Principe del aire, tu solo puedes ordenarle el hacer oir su voz. Espiritu obedece a este espectro. iTodavia calla! no esta pues bajo nuestro imperio, pero pertenece a otros poderes. Mortal, tu pregunta es escusada, y nosotros estamos confusos igualmente que tu. iEscuchame! iAstarte, mi querida, oyeme y dignate hablarme!
Usted no es nadie aquí; y para hablarme me pide licencia.
Usted que lo sabe todo, Maltranita, díganos qué ocurre en el buque». Y me tienen de pie ante ellas, para que no se borren del todo las distancias sociales, hasta que de pronto las hago reír o las cuento algo que las interesa vivamente, y entonces alguna, con repentina solicitud, me dice: «Pero siéntese usted, siéntese aquí y no sea zonzo». Y encoge las piernas para que me siente en el extremo de la silla larga, como un paje a los pies de la dama... La viuda de Moruzaga, que tiene millones y millones, gusta de hablarme a solas para que me entere de los encantos y virtudes de su esposo. ¡Pobre señora! ¡Una verdadera enamorada!
De Julieta respondió con igual asombro doña Juana ; de Julieta, que debe de haber huído de casa anoche o esta mañana muy temprano.... Pues ¿de qué otra cosa venías a hablarme tú? Doña Juana no obtuvo respuesta a esta pregunta, porque su marido cayó al suelo como un tronco, sin soltar el telegrama que llevaba en la mano.
Pero ahora no somos libres y la sombra de cualquier sospecha que se interponga entre nosotros puede ocasionar nuestra desgracia. Considéralo, Tristán, medita que ya no puedes hablarme de ciertas cosas sin ofenderme gravemente. Quisiera creerte, Clara.
No hace más cosa en el día que perfumarse e cantar. El mancebo recordó el incidente de aquella flor que una mano de mujer habíale arrojado al rostro la víspera. La anciana continuaba: Es hurí del cielo más alto. Si te place tratalla, vente agora a la zaga de mí, sin hablarme. Ramiro la siguió desde lejos. Cuando hubo llegado a la puerta de una casa algo apartada, la mujer llamole con vago ademán.
Palabra del Dia
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