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Actualizado: 4 de junio de 2025


Ni por un Señor Crucificao ha querido tomar la carta. Me ha dicho: «Paca, si no quieres que riña contigo, no vuervas en tu vía a hablarme de ese...» ¿De ese qué? pregunté, viendo que se detenía. De ese «tío» agregó, avergonzada . Uté dispense, señorito. Está bien, Paca dije aparentando sosiego, pero con voz alterada por la emoción . Muchas gracias por el interés que se ha tomado usted por ...

Le recordé que había intentado en vano encontrarla en su casa y que la había escrito para participarle el casamiento. , la estricta urbanidad y nada más. Pero yo hubiera querido otra cosa... ¿Qué, señora? Un poco más de interés en hablarme de sus proyectos... antes de que fuesen definitivos... Le hubiera a usted dicho, acaso, cosas... interesantes. Siempre es tiempo de decirlas.

Profesaba el artista una sincera estima a la joven señora, y adivinando en la actitud a la vez turbada y resuelta de aquélla, el particular que la trajera, tomó un aire grave. ¿Viene usted a hablarme, señora? le dijo. , tengo que hablarle... pero no me desaliente de antemano... sea bueno y complaciente conmigo, se lo ruego.

Alrededor, burgueses con sus familias, oficiales con gafas y estudiantes con gorritas encarnadas, azules, verdemar, graves todos y silenciosos, escuchaban muy atentamente la orquesta de M. Gungel, y miraban subir el humo de sus pipas sin importárseles un ardite de Prusia, como si no existiera. Al verme, el coronel pareció turbarse un poco, y advertí que bajaba la voz para hablarme en francés.

Siguió sin hablarme, visiblemente disgustado, hasta que al fin volvió otra vez a sus ojos de fiebre. De veras, de veras me juras que te parece linda? ¡Pero claro, idiota! Me parece lindísima; ¿quieres más? Se calmó entonces, y con la reacción inevitable de sus nervios femeninos, pasó conmigo una hora de loco entusiasmo, abrasándose al recuerdo de su novia. Fuí varias veces más con Vezzera.

Pero comenzó un día á hablarme del Santander de sus tiempos y de las costumbres de su juventud, y sin darme cuenta de lo que me sucedía, halléme con que me iba interesando el viejo don Pelegrín. ¿Y cómo no interesarme si es la mejor crónica del pueblo, la única tal vez que nos queda? Desde entonces estreché más mi trato con él, y di en agobiarle á preguntas.

En previsión de la más leve sospecha le entregué la carta; él afectó no leerla y como si hubiera decidido que era aquel momento oportuno para hablarme a la razón y desbridar anchamente una llaga que languidecía sin resultado, comenzó: Pero, ¿a qué extremos has llegado?

Verificado ya el despejo, dijo Doña Blanca: Supongo y espero que, después de tan larga ausencia, honrará V. nuestra mesa comiendo hoy con nosotros. El P. Jacinto aceptó el convite, y Doña Blanca prosiguió: He creído advertir que estaba V. impaciente por hablarme á solas. Esto ha picado mi curiosidad. Todo lo que V. me dice ó puede decirme me inspira el mayor interés. Hable V., padre.

El torero, al contemplar la carta con su adoración de hombre del pueblo poco versado en la lectura, no podía evitar cierto sentimiento de molestia, como si se viese despreciado. ¡Esta gachí! murmuró . ¡Esta mujer!... No hay quien la desmonte. ¡Mia que hablarme de usté!... ¡Usté! ¡Y a !... Pero los buenos recuerdos le hicieron sonreír satisfecho.

Es necesario que la dejéis en el rizo. La dejaré... pero tomad vos las de mi madre... Después, don Juan, después. ¿Queréis oírme? Seguid, señora. Cuando os pregunte alguien que por qué herísteis á don Rodrigo Calderón, inventad una mentira razonable... pero si el rey os preguntase por un acaso... No pienso que tenga ocasión de hablarme.

Palabra del Dia

rigoleto

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