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Calló un momento doña Zobeida, como si vacilase, pero luego añadió con timidez: Aquí mismo, en el barco, hay un señor que no cómo ha sabido lo de mi pleito, y según me dicen, quiere hablarme... Es el papá de esa niña que llaman Nélida, la que siempre anda revuelta con los muchachos.

Desde tiempo ya procuraba no hablarme sin cierta reserva de aquella porción de mi vida de adolescente que no había tenido vinculaciones con la suya pero que no por eso estaba menos limpia de misterios. Apenas sabía mi domicilio o cuando menos ponía empeño en ignorarlo o en olvidarlo.

En circunstancias excepcionales era mujer de resolución; reunió todo su valor, y tomando aparte a la condesa, le dijo: Pues bien, querida señora, creo que verdaderamente, he desesperado demasiado pronto de poder convencer a vuestro hijo... Anteayer vino a mi casa, y como no es muy visitador, creo que tenía algo serio que decirme... que quería hablarme del gran asunto del matrimonio.

Luego clavó los ojos en su hermano y le dijo: Vas a hablarme con franqueza. ¿He hecho muchos disparates? ¿he dicho muchas necedades? Ni una cosa ni otra replicó caritativamente Monsalud . Todos están acordes en juzgarte bien y es cosa indudable que diriges admirablemente la guerra, llevando la bandera absolutista de victoria en victoria.

No se les puede dejar solos con el cadáver indiqué yo. Claro está que no... Allá voy... , Aniceta, corre a la Celle y advierte a la hermana y al cura, para el entierro. Bueno es que esos chicos vean a su madre pasar por la iglesia antes de irse a la tierra. La buena mujer puso en orden las calcetas que estaba zurciendo, me siguió y no dejó de hablarme de las fechorías de la pobre Briffarde.

Siempre que salía yo con doña Rita, a la iglesia, de paseo, o para ir en casa de alguna amiga, ¡zás! indefectiblemente, como si le evocasen, se mostraba él y casi tropezaba con nosotras. Y me miraba con unos ojos... ¡Válgame el cielo, qué ojos! Pero no se atrevía a hablarme. Jamás le he visto ni en bailes, ni en tertulias, ni en teatros.

Se acercó a , saludándome con cómica reverencia, y solicitó hablarme a solas para comunicarme un mensaje del duque Miguel. Hice que se retirasen todos y Henzar, sentándose a mi lado, comenzó: ¿El Rey está enamorado a lo que parece? No de la vida, señor mío contesté sonriéndome. Más vale así. Pero estamos solos. Usted, Raséndil...

El Chivo soy yo: todo lo mío lo sabe él. Si viniese aquí mi primo Pablo a hablarme de sus negocios, el Chivo se quedaría oyéndolo todo. ¡Habla sin miedo, hombre! Este es un pozo para todo lo mío. Montenegro se resignó a sufrir la presencia de aquel tagarote, no queriendo demorar por sus escrúpulos la explicación deseada.

Trabajaba don Fermín en su despacho, envueltos los pies en el mantón viejo de su madre; escribía a la luz blanquecina y monótona de la mañana nublada. Un ruido le distrajo, levantó los ojos y vio en medio del umbral a doña Paula, pálida, más pálida que solía. ¿Qué hay, madre? Está ahí esa Petra, la de Quintanar, que quiere hablarte. ¡Hablarme!... ¿tan temprano? ¿qué hora es?

Os prometo que nadie lo sabrá: que ese pasadizo permanecerá desconocido para todo el mundo; que aunque la reina quiera hablarme de asuntos de Estado... ¿Vuestra majestad me manda, señor, que le anuncie á su majestad la reina? dijo la duquesa levantándose. No, no es eso... no me habéis entendido, doña Juana; yo no os mando, os suplico... Señor dijo la duquesa inclinándose profundamente.