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Actualizado: 26 de octubre de 2025
«Si esta pavisosa pensó Santa Cruz mirándola también , viera con qué donaire se sienta en un puff Sofía la Ferrolana, tendría mucho que aprender. Lo que es esta, ni a palos aprenderá nunca esas blanduras de la gata, esos arqueos de un cuerpo pegadizo y sutil que acaricia el asiento ¡Ah!, ¡qué bestias nos hizo Dios!...».
Cuando se acaricia los labios con su lengua de gata, es capaz de saltar por encima del vengador de la Pampa que tanto miedo le infunde. Otra vez los ojos negros de la madre, ojos abultados y dulces, que recordaban la mirada lacrimosa de los llamados andinos, se fijaron en la hija con una severidad titubeante. «¡Nélida!», volvió a gritar.
Blanca le hacía toda clase de fiestas y cariños al insinuante abate: al sentársele al lado, aquella criatura, fría e impávida, se volvía una gata mimosa con el clérigo: le besaba respetuosamente el dedo ceñido por el anillo de regla: le tomaba el capelo, le traía ella misma la taza de té y le ponía en la boca alguna rica golosina de Roverano, con una gracia indescriptible.
¿Qué quieres? ¿qué ocurre? preguntó el marido con extrañeza. ¿Querer?... Bien se lo decían aquellos ojos agrandados por el lápiz de tocador, en los que el instinto femenil ponía el fuego que no lograba dar la pasión: los pasos felinos, de gata enardecida, con que se aproximaba entre el susurro acariciador de sus ropas interiores.
«¡Si aquel loco se habría propasado!... Era absurdo». Petra, después de observar la expresión de susto que se pintó en el rostro del ama, añadió: De parte del señor Magistral debe de ser, porque lo ha traído Teresina la doncella de doña Paula. Ana afirmó con la cabeza mientras leía. Petra salió sin ruido, como una gata. Sonreía a sus pensamientos.
Lo besa, juguetea con él como una gata, y al mismo tiempo se da el placer de seguir con el rabillo del ojo la impaciencia de sus admiradores, que se mantienen a distancia, ansiosos de juntarse con ella. ¡Criatura ingenua y refinada!... Pero fíjese, Fernando: usted, que me cree poca cosa, y no le falta razón, mire con qué impaciencia me aguardan mis admiradoras.
Currita comprendió el terrible reproche que esta intencionada observación encerraba, y sin tiempo para reflexionar, y convirtiendo en ira contra los demás el propio remordimiento, achaque común de todos los mezquinos, olvidóse de su suavidad y mansedumbre, y se revolvió furiosa, como una gata arisca a que pisan el rabo; en la impetuosidad de su ira, cometió la imprudencia de disculparse: ¿Y qué tengo yo que ver con eso? gritó . ¿Acaso le he dicho yo que se bata? ¿Quién le mandó meterse en camisa de once varas?... También el papel de don Quijote tiene sus quiebras, hija mía...
Al mismo tiempo, Snap, del lado derecho, y la gata del otro, tendían el hocico o las patas hacia un trozo que Eppie mantenía fuera del alcance de los dos. Snap desistía a intervalos a fin de observar la glotonería de la gata y la futilidad de su conducta, haciendo oír un gruñido ruidoso y desagradable, hasta que la joven, dejándose enternecer, los acariciaba a los dos y les repartía el pedazo.
Déjame que te bese el mordisco, para curártelo. Déjame que te bese todas esas cicatrices tan monas. ¡Pobre de mi brutito, que le han hecho pupa! Y la hermosa furia volvíase humilde y tierna, arrullando al torero con gestos de gata. Gallardo, que entendía el amor a la antigua usanza, con intimidades iguales a las de la vida matrimonial, jamás consiguió pasar una noche entera en casa de doña Sol.
Verdad sea que si sucediese, lo cual ni lo creo ni lo espero, que vuesa merced me diese la ínsula que me tiene prometida, no soy tan ingrato, ni llevo las cosas tan por los cabos, que no querré que se aprecie lo que montare la renta de la tal ínsula, y se descuente de mi salario gata por cantidad. -Sancho amigo -respondió don Quijote-, a las veces, tan buena suele ser una gata como una rata.
Palabra del Dia
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