Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 15 de mayo de 2025


Es decir, gallego no; pero ya sabe usted que en mi tierra nos queda la fea costumbre de llamar «gallegos» a todos los españoles. Era de cerca de Burgos, y yo he hecho en dos automóviles, con toda mi familia, el viaje de París a Madrid sólo por ver el pueblo de donde procedemos.

Me costó trabajo hacerle entender cómo podían aliarse estas dos cualidades en una misma persona. Creía que ser gallego y llevar baúles al hombro era todo uno. Hasta se me figuró que, para darse cuenta cabal del caso, se puso a recordar que yo había entrado en casa con la maleta entre las manos.

Y luego, de repente, como cayendo en la cuenta: ¡Ay, por Dios, dispénseme!... ¿No conocía usted a Martínez?... Martínez..., el señor Fernández Gallego, ministro de Gracia y Justicia... Mi buen amigo, don Juan Antonio Martínez...

¡Qué pequeños y miserables conceptuaba, comparados con él, al estudiante de primer año que debía servirle de amanuense y que era un comprovinciano suyo y al gallego Manuel que le servía de mandadero! Ambos no le llamaban sino el doctor, como obligaban las tablillas que tenía a la puerta, y le halagaba que no le olvidaran el título ni aun en la más insignificante emergencia de la vida.

Si, al escribir su Historia del Arado, hubiera tenido que limitarse a Galicia, el doctor Raer, por muy sabio, por muy pesado y por muy alemán que fuese, no hubiese podido llenar arriba de unas veinte páginas. El arado gallego, como la mujer honrada, carece de historia.

Cada vez me iba poniendo más serio y hacía preguntas más insustanciales. La Serrana me dijo de pronto: ¿ eres gallego? No; soy de Salamanca respondí, negando a mi tierra, como San Pedro negó a su Maestro. Pues se me figuraba... Habiéndole tocado el asunto de su infancia, la ex novia del Saleri se animó un poco.

Lorente, en su Historia, habla de un acontecimiento que tiene alguna semejanza con el proceso del falso nuncio de Portugal. «Un pobre gallego dice que había venido en clase de soldado y ejercido después los poco lucrativos oficios de mercachifle y corredor de muebles, cargado de familia, necesidades y años, se acordó que era hijo natural de un hermano del cardenal patriarca, presidente del Consejo de Castilla, y para explotar la necedad de los ricos, fingió recibir cartas del rey y de otros encumbrados personajes, las que hacía contestar por un religioso de la Merced.

Con él te apoderas de la mitad de los pesos del gallego, y ya puedes decir que has hecho la América. Y mientras gritaba esto, ó más bien, lo aullaba, había empuñado el rebenque, dando golpecitos de punta en el estómago de su administrador con una insistencia que lo mismo podía ser afectuosa que hostil.

¡Cómo!... ¿No te da vergüenza mirar por un pañuelo el día de tu boda? ¿No vale más la alegría de tu mujer que un trapo? ¡Habrá gallego!... Y todos le increpaban con ira mientras el señor Rafael se retorcía de risa en un rincón gritando: ¡Vivan los novios rumbosos!

Como si quisiera indemnizarme del susto y de las injurias que me había dicho, ninguna noche estuvo tan cariñosa y zalamera. Tirándome por las manos y sonriendo con sus ojos llorosos aún, exclamaba: ¿No parece mentira que haya llegado a enamorarme de este modo de un gallego? No obstante, desde entonces había días en que me hacía padecer mucho con sus celos injustificados.

Palabra del Dia

commiserit

Otros Mirando