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Actualizado: 15 de junio de 2025


Sólo algunos parroquianos viejos, de solvencia probada, venían á beber de pie ante el mostrador. Don Antonio el Gallego había cortado violentamente el crédito á la mayor parte de los concurrentes, y para apoyar su voluntad de no dar nada al fiado, tenía un revólver en cada cajón del mostrador y el hermoso rifle americano debajo de su asiento.

La gallina cacareó. Pero aquellos hombres hablaron de los mercados extranjeros, donde todo se pagaba diez veces más que aquí, y hoy nuestros animales de corral y de alcoba han aprendido ya los caminos del mundo. El cerdo gallego tiene actualmente sus ideas industriales, ni más ni menos que si fuese un cerdo de Chicago.

Yo le había caído en gracia, no por qué, tal vez por ser también apacible de carácter y escuchar siempre con deferencia lo que me dicen. Me presentó al mozo que le servía como paisano. ¡Ah! ¿Es usted asturiano también? me preguntó éste, muy risueño, limpiando con un paño la mesa. No; soy gallego. Entonces no somos paisanos repuso con marcada frialdad, retirándose. Villa soltó una carcajada.

De pronto, sonrió con pueril expresión de venganza. «¡Gallego!...» Y le volvió la espalda orgullosa de este saludo de despedida. Fernando se encogió de hombros, satisfecho y molesto al mismo tiempo. Llegaba la deseada liquidación de su vida oceánica. Había bastado que el buque se aproximase a tierra, para que se rompiesen por solas todas las relaciones establecidas en el curso de la navegación.

Pocos meses después de haber empezado los trabajos en el campamento de la Presa, los habitantes de las diversas colonias establecidas á orillas del río Negro hablaron con admiración del nuevo boliche del Gallego, apreciándolo como el establecimiento más hermoso de la comarca. El dueño había embellecido su interior con una novedad tan instructiva como interesante.

Y a Canalejas... ¡Terrible cosa es esta de que para serle agradable a uno tengan que compararle con un ministro! Es la consecuencia de un prejuicio secular que existe contra Galicia; pero, por mi parte, yo creo que este prejuicio constituye para Galicia una ventaja enorme. Cada gallego, en efecto, tiene que rectificarlo con su propio esfuerzo.

El gallego , otra rama del romance español, fué más adecuado á dicho objeto, y más á propósito por su flexibilidad para la expresión lírica desde la llegada del conde Enrique de Borgoña, que vino á Galicia con numerosos caballeros á tomar parte en las guerras de los reyes de Castilla y de León contra los moros, introduciendo y naturalizando en ella la poesía provenzal.

Nada, nada, ya verá uté cómo eso se arregla y le casamos en seguidita. ¡Vaya con don Ceferino, llegar a Sevilla enamorado ya de una sevillana! Ya ve usted... y siendo yo gallego. ¿Cómo gallego? exclamó cambiando repentinamente de expresión, en el colmo del estupor. ¿Pues no me había dicho hace un momento que era poeta? Bueno, soy poeta y gallego a la vez.

O bien: ¡Una miraíta más, y me pierdo! A la idea de que averiguasen que era gallego, daba diente con diente. Por eso había enmudecido repentinamente, y dejaba que el inspector me dijese en voz alta: Vamos, mire usted bien. ¿Es alguna de éstas? Yo hacía signos negativos con la cabeza.

Nos hace falta un cuarto dijo apretando con efusión la mano del conde. , , a ver si cambia la suerte... Moro nos está llevando el dinero bravamente dijo un viejecito de cara redonda, fresca, rasurada, el pelo blanco y los ojos claros y tiernos. Tenía marcado acento gallego. Se llamaba Saleta y era magistrado de la audiencia y tertulio asiduo de la casa de Quiñones. ¡No tanto, Sr.

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