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Actualizado: 29 de julio de 2025


Permaneció entre barreras, evitándose toda fatiga hasta que soltasen el otro toro que había de matar. Le dolía la pierna herida por lo mucho que había corrido. Ya no era el mismo: lo reconocía.

Quedóse profundamente pensativo Quevedo como si hubiese sentido la mirada del bufón en lo más recóndito de su alma, y luego levantó la cabeza, y fijó en Manolillo una mirada profundamente grave y dominadora. Dios sabe á dónde vais vos, á dónde voy yo dijo ; pero si me conocéis tanto como decís, saber debéis que, como me cuesta el andar mucha fatiga, nunca doy pasos en vano.

Ella tocó casi el dintel de la habitación, y en aquel momento las dos hojas de la puertecilla se plegaron rápidas como por infernal conjuro y se corrió un pesado cerrojo, cerrándolas en firme, al son de una implacable risa de mujer.... Había llegado Andrés a la casona aquella mañana, desarrapado y sucio, borracho y rendido de fatiga en los bárbaros azares de sus aventuras.

En la adversidad, es menester no habituar el alma á la dejadez; demasiada inclinación tiene á plegarse. La fatiga y el frío me hicieron volver como á las nueve.

El siguiente dia con todo el campo pasó el estrecho, no sin gran fatiga, porque el camino era áspero, los bagajes muchos; y los niños, mujeres y enfermos. Los Griegos, aunque advertidos del camino que llevaban los Catalanes, no pudieron, ó no osaron atreverse á impedilles el paso.

Entonces aún no había ferrocarril hasta Petrópolis. D. Joaquín, que había envejecido, aunque gustaba de ir allí, se fatigaba mucho y Rafaela se opuso a que fuese. Si iba alguna vez, Rafaela le acompañaba y compartía con él la fatiga. Jamás se quejaba ya de jaqueca, ni enviaba al campo a D. Joaquín cuando estaba jaquecosa.

Entonces le llamó la atención una persona que, fija en la esquina, la miraba con tenacidad. Segura de que no era él volvió la cara, y no se cuidó más de aquella persona. Cerró el balcón, porque sentía fatiga y mucha necesidad irresistible de dormir. Fué á su cuarto, y sentada en una silla, recostó la cabeza sobre la cama.

La voz clara y armoniosa del sacerdote resonaba en la gran nave relatando sin fatiga, uno a uno, los dolores del condenado. La muchedumbre escuchaba inmóvil y aterrada. Allá en el fondo, cerca del altar mayor, la imagen del Salvador, rodeada de cirios, parecía una gran mancha roja cuyos resplandores hacían pasar algunas sombras fugitivas por las paredes del templo.

Las palas se arrastraban dentro del horno, dejando sobre las ardientes piedras los pedazos de pasta, o sacando los panes cocidos, de rubia corteza, que esparcían un humillo fragante de vida; y mientras tanto, los cinco panaderos, inclinados sobre las largas mesas, aporreaban la masa, la estrujaban como si fuese un lío de ropa mojada y retorcida y la cortaban en piezas; todo sin levantar la cabeza, hablando con voz entrecortada por la fatiga y entonando canciones lentas y monótonas, que muchas veces quedaban sin terminar.

Morales y Jaramillo debían tal vez sus apellidos y la poca sangre europea que corría por sus venas á dos conquistadores españoles llegados al país siglos antes; pero en realidad eran dos mestizos guaraníes, pequeños, ágiles, débiles de miembros aparentemente, y con una resistencia asombrosa para la fatiga y las privaciones.

Palabra del Dia

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