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Actualizado: 3 de junio de 2025
Pero del mal el menos: sí vivió sin levantar un punto sobre la talla de los hombres vulgares, por morir a tiempo logró asociar a las vanidades de su familia el esfuerzo de la cosa pública, para merecer los honores póstumos tributados a los grandes hombres. No hay para qué hablar del fúnebre aparato escénico a que obligaba, de puertas adentro, la mal fingida pesadumbre de la familia.
El sepulcro se alza en medio de la capilla, es de mármol blanco, y sirve de lecho á una buena estatua del Obispo, revestido de pontifical. Compite en grandeza con este monumento fúnebre el sepulcro de D. DIEGO DE ANAYA, Arzobispo que fué de Sevilla y fundador de la capilla ó pequeña iglesia de los Anayas, que ya hemos mencionado, y del gran Colegio de San Bartolomé.
Fuera de la fúnebre choza, y sentados juntos en un haz de leña verde, recogido por los chicos en el bosque, estaban Elena y Gerardo hablando en voz baja. En el campo habían cesado los gritos y los juegos y remaba un trágico silencio.
Y mientras se formaba y consolidaba en las cubiertas rápidamente un prestigio de héroe para Isidro, éste, con toda calma, tomaba un baño y se vestía de blanco, luego de repeler aquel traje de lanilla que le había atormentado con su peso lo mismo que una armadura. Al salir del camarote se tropezó con «el hombre fúnebre».
Nuestros semblantes se iban poniendo lívidos..... Una claridad fúnebre, que ya no era semejante á la de la luna, sino á la de la luz eléctrica, alumbraba fantásticamente la ciudad y las ruinas del Anfiteatro. Las nubes tomaban un color gris como el de la ceniza. El mar continuaba obscureciéndose.....
Rechinaban los goznes de las puertas; de las cuadras salían pausadamente las mulas, dirigiéndose solas al abrevadero, y el establecimiento, que poco antes semejaba una mansión fúnebre alumbrada por la claridad infernal de los hornos, se animaba moviendo sus miles de brazos.
A este contacto repentino, la querida niña se estremeció; inclinó su joven frente sobre la almohada fúnebre y murmuró sonrojándose, algunas palabras al oído de la moribunda. Yo no hallé expresiones; volví á caer de rodillas y oré á Dios. Habíanse pasado algunos minutos en medio de un silencio solemne, cuando Margarita retiró repentinamente su mano haciendo un gesto de alarma.
¡Cuánto muerto! suspiró en el interior del automóvil la voz de don Marcelo. Y René, que iba enfrente de él, movió la cabeza con triste sentimiento. Doña Luisa miraba la fúnebre llanura, mientras sus labios se estremecían levemente con un rezo continuo. Chichí volvía á un lado y á otro sus ojos, agrandados por el asombro.
Finalmente, el artista pidió con más humildad que ceremonia la mano de Presentación, añadiendo que, si no lograba verse unido a ella, sus medidas estaban ya tomadas, su resolución era irrevocable. Y no se explicó más; pero bastaba y sobraba, atento el tono fúnebre con que profirió tales palabras. Timoteo pensaba en divorciarse de la existencia.
Eran mantelerías con calados sutiles semejantes a telas de araña; pañuelos de seda de tonos feroces que daban a los ojos una sensación de calor; kimonos con aves y ramajes de oro; leves pijamas que parecían confeccionados con papel de fumar; almohadones multicolores como mosaicos; velos blancos o negros recamados de plata que traían a la memoria las viudas trágicas de la India subiendo al son de una marcha fúnebre a la hoguera conyugal.
Palabra del Dia
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