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Actualizado: 15 de junio de 2025


La marquesa, la anciana señora de virtud intachable, de educación exquisita, escuchaba aquel torrente de denuestos muda e inmóvil, con la cabeza baja y las lágrimas en los ojos, semejante a la estatua de la paciencia, contemplando sus propios sufrimientos.

A aquella hora la oficina estaba cerrada, y libres de importunos, ambos gozaban de la intimidad del reposo dominical que adormecía al humilde pueblo. Sentado enfrente de ella en el saloncillo ajado y delante del almohadón en que Liette acababa de poner su cesto de labor, Carlos se creía vuelto a la niñez y una sensación de exquisita dulzura penetraba en su ser.

En esta, dando una prueba de exquisita honradez, puso el importe de los cigarros que con el dinero de Isidora se había comprado. Capítulo III Entreacto con la Iglesia Un mes no completo había transcurrido de esta vida honrada y económica, sin que Isidora pudiera llegar a decidir en qué profesión, arte u oficio había de emplear su talento y ganas de ponerse al trabajo.

Después, los fondos del escenario en que descollaba tan gentil figura: antes desnudos, fríos, yertos, encharcados en agua o amortajados en nieve; ahora la Naturaleza riente y vestida con la pompa de sus mejores galas; los prados verdes y lozanos, los montes frondosos y habladores con el rumor de las brisas jugueteando en su follaje y esparciendo por todo el valle la fragancia más exquisita.

Para comprender bien qué casta de pensamientos alteraban y embebecían al joven durante sus paseos nocturnos, son necesarios algunos antecedentes sobre su educación, temperamento y aficiones. El padre del héroe, D. Baltasar Rodríguez, era hombre que poseía inteligencia clara, ilustración, si no muy extensa, bastante sólida, y sobre todo una sensibilidad exquisita que procuraba ocultar cuidadosamente debajo de un exterior frío y hasta severo.

Las señoras hablaban tres lenguas de primer órden, mostraban en todo muy buen sentido, un sentimiento natural de sencillez y candor, una conciencia pura, pero muy poco persuadida de la importancia de su sexo, un espíritu de hospitalidad sincera, afectuosa y sin ostentacion, mucha curiosidad de los cosas sociales, y sobre todo una exquisita benevolencia de inclinaciones y de afectos de familia.

Enterose el doctor de los propósitos del joven, poniendo freno con la exquisita benignidad del talento reflexivo a las exageraciones e instransigencias de la mocedad, y acogiendo las ilusiones y ensueños con la amable sonrisa de la duda a que le daba derecho su experiencia.

Por supuesto, que sus indicaciones fueron hechas con exquisita discreción. ; aquel hombre lo tenía todo: galante, fino, cariñoso, espléndido, inteligente, bien educado... hasta guapo mozo, que es la última de las condiciones que debe exigir la mujer. ¡Vaya si era guapo! ¡Qué modo tenía de mirarla! Sus expresivos ojos sabían decir cuanto callaba su comedida lengua.

Diciendo esto, puse mi caballo a galope, y un minuto después llegamos adonde nos aguardaban el eclesiástico y su mozo. Adelantóse el primero con exquisita finura, y quitándose su sombrero de paja me saludó cortésmente.

De vez en cuando, aunque su prosa hablada era exquisita, solía apelar al verso, y mandaba a su poeta favorito que escribiese aleluyas contra la persona a quien quería ella ridiculizar. Apartada tiempo hacía de la amistad del general Pérez, la Condesa no intervenía en la política; no disertaba sobre estrategia, poliorcética y castrametación. Ahora consagraba todo su ingenio a las musas.

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