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Actualizado: 10 de junio de 2025
Al cabo de un rato, cuando ya me disponía a dejar la silla para dar algunas vueltas, oí exclamar a Luisa: ¡Calla... calla... me parece que ahí viene Lola! Asunción se estremeció la cabeza vivamente. Sí, sí, es ella, continuó Luisa.
Me sentí presa de una compasión infinita; tenía ganas de tomarle las manos y decirle: Tén confianza en mí, soy fuerte; déjame participar de tu dolor. Cuando alzó los ojos, tuve miedo de que hubiera notado mi mirada; me puse rápidamente de rodillas delante de la cuna y apoyé mis labios en el tierno rostro del niño que se estremeció a mi contacto, como si hubiera experimentado un dolor.
A este contacto repentino, la querida niña se estremeció; inclinó su joven frente sobre la almohada fúnebre y murmuró sonrojándose, algunas palabras al oído de la moribunda. Yo no hallé expresiones; volví á caer de rodillas y oré á Dios. Habíanse pasado algunos minutos en medio de un silencio solemne, cuando Margarita retiró repentinamente su mano haciendo un gesto de alarma.
La lluvia comenzaba a caer. Ella se estremeció. Yo volví a tornar su mano. Quería decirla que ese era el último saludo, que podía dejar su mano en la mía por última vez. No pude hablar. Ella no retiraba la mano, y yo seguía sin pronunciar una sílaba: un tumulto de ideas me confundían... ¿No notaba usted la terrible lucha que ella sentía en su interior?
Poco después de entrar en el locutorio, Montiño sintió abrirse una puerta y los pasos de una mujer. No traía luz. Luego oyó la voz de la madre Misericordia. El triste del cocinero mayor se estremeció. ¿Quién sois, y qué me queréis de parte del Santo Oficio? había dicho la abadesa con la voz mal segura, entre irritada y cobarde.
Se levantó, se puso apresuradamente un peinador blanco, y abriendo la puerta, escuchó en efecto quejidos que partían del cuarto de su padre. Corrió hacia él. Juan estaba inclinado sobre el lecho. ¿Qué hay? interrogó ansiosa, en voz baja. Al oír su voz el joven se estremeció y contestó sin volverse: Sufre... no lo encuentro bien... todavía no ha tenido un momento de descanso.
Por muy dueño que fuese de sí mismo, Sorege se estremeció al oir aquel nombre. Su cara se cubrió de palidez y, casi en voz baja, replicó: En el juego que él hacía era imposible ganar. Tragomer, entonces, sacudió la cabeza y dijo con voz firme: Sobre todo cuando hay que habérselas con adversarios que señalan las cartas...
La inocencia era tercera sin saberlo, y su pureza cubría aquel amor culpable, de igual suerte que el inmaculado manto de nieve puede ocultar el sucio estercolero. Una sensación, por mitad indignación y repugnancia, estremeció el alma del cura, y como el mal no engendra sino males, sus labios murmuraron involuntariamente esta blasfemia: «¡Oh, madre; tú también puedes llegar a ser ídolo falso!»
Y el tío Manolillo se paseaba iracundo, terrible, á lo largo de la estancia, con ese paso igual, sostenido, terrible del león enjaulado. Dorotea tenía una mano apoyada en la mesa, en la otra mano apoyada la barba y la mirada fija, profundamente fija, en la pera que tenía el lazo rojo y negro. Hubo un momento en que se estremeció de pies á cabeza y cerró los ojos.
No digo que ese parecer sea eminentemente práctico... Pero, en fin dijo el cura moviendo la cabeza, no podemos menos de reconocerle cierta prudencia... La abuela se estremeció, y yo me eché a reír. Sin aconsejar a Magdalena que llevé las cosas tan lejos, es bueno, sin embargo, que reflexione, y mucho, antes de contraer los lazos sagrados del matrimonio.
Palabra del Dia
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