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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
La reina se estremeció; el padre Aliaga se heló; se levantó el tapiz, y la condesa de Lemos dijo desde él: Señora: doña Clara está enferma, pero me ha dicho que si vuestra majestad lo desea, se hará conducir. La reina respiró; al padre Aliaga se le quitó de sobre el corazón una montaña. No... no... se apresuró á decir el rey de ningún modo. ¿Y está... en mucho peligro nuestra buena doña Clara?
Cecilia se estremeció levemente y levantó un poco los ojos hacia el sitio donde se escuchaba la voz de Gonzalo.
Entró Esperanza, el duque con ella, cerró el postigo, hizo luz con la linterna que llevaba bajo la capa, se quitó el antifaz y dejó ver su semblante á Esperanza. La muchacha se estremeció y cayó de rodillas. ¡Ah, señor! ¡perdonadme, perdonadme por haber dudado de vuecencia! exclamó. No me conocías dijo el duque , y nada tiene de extraño.
Sólo hay una que no puedo descubrir; que se alza noche y día ante mis ojos como un espectro, como una sombra espantosa, y cuando quiero asirla se me escapa, y esa cosa es: «¿Por qué ha muerto Olga?» El anciano se estremeció. Recordaba la carta y la promesa que la muerta había exigido de él. Roberto continuó: Una voz me grita sin cesar en los oídos: «¡Tuya es la culpa!» ¿Cómo?
Ella se siente tan segura de su influencia, que nunca llega á desesperar. Tiene en París muchas amistades; le quedan muchas relaciones de familia. Se estremeció al pronunciar la última palabra. ¡La cárcel!... ¿Ves tú, Manuel, á un Torrebianca en la cárcel?... Antes de que eso ocurra, apelaré al medio más seguro para evitar tal vergüenza.
Oye; acerca un poco la cara. ¿Sentirías mucho que el mar fuese poco a poco subiendo y llegase a cubrirnos? Ricardo se estremeció levemente. Echó una mirada en torno y observó que el agua empezaba a cerrar el istmo que unía la peña a la costa. Los ojos de Martita, cuando volvió el rostro hacia ella, brillaban con fuego malicioso y singular. Vámonos, que ya estamos casi cercados de agua.
Ahora toca Juanillo, toca con todas tus fuerzas. El ciego comenzó a ejecutar una marcha guerrera. El silencioso hotel se estremeció de pronto, como una caja de música cuando se la da cuerda. Las notas se atropellaban al salir del piano, pero siempre con ritmo belicoso. Santiago exclamaba de vez en cuando: ¡Más fuerte, Juanillo, más fuerte! Y el ciego golpeaba el teclado, cada vez con mayor brío.
En cuanto entró apretó la de Tristán fuertemente y dejó escapar estas fatídicas palabras: ¡Hay que aplastar a la víbora! Tristán se estremeció.
Mientras que Kernok expresaba tan libremente su escepticismo, la vieja había estudiado las líneas que cruzaban la palma de su mano. Entonces fijó sobre él sus ojos grises y penetrantes, después aproximó su dedo descarnado a la frente de Kernok, que se estremeció sintiendo la uña de la bruja pasearse sobre las arrugas que se dibujaban entre sus cejas.
No soy un rayo de la guerra, pero, en fin, he hecho lo que he podido... Pues bien, usted me creerá, si quiere, señor cura, al oír la imponente voz del rey del desierto comprendí estas palabras del Profeta: «Se estremeció mi alma y los pelos de mi cuerpo se erizaron.» Helado de espanto e incapaz de hacer un movimiento ni de pedir socorro, creía ya sentir los dientes de la fiera cuando desde una ventana abierta me gritó una voz: Baje usted la cabeza.
Palabra del Dia
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