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Actualizado: 10 de junio de 2025
Noté que se estremeció un poco al verme entrar en su alcoba; pero yo la tranquilicé con una sonrisa, y me acerqué a besar su casta frente. Todo lo tenía yo hábilmente preparado, y fué cuestión de medio segundo aplicarle el cloroformo y adormecerla. Una vez logrado esto, pude proseguir mi tarea con toda calma.
¿Y cómo se llama ese hombre tan extraño? Se llamaba Freneuse. Ahora está matriculado con el número 2317. Tragomer se estremeció, su cara se cubrió de palidez y su corazón se oprimió dolorosamente. Respondió, sin embargo, con calma: ¿Me será posible ver al notario, al médico y á ese apóstol? Sí, si así lo desea usted. Creo que me será útil. Pues voy á dar á usted un permiso. Será usted muy amable.
14 me sobrevino un espanto y un temblor, que estremeció todos mis huesos. 16 Se paró un fantasma delante de mis ojos, cuyo rostro yo no conocí, y quedo, oí que decía: 17 ¿Por ventura será el hombre más justo que Dios? ¿Será el varón más limpio que el que lo hizo? 18 He aquí que en sus siervos no confía, y en sus ángeles halló locura. 21 ¿Su hermosura, no se pierde con ellos mismos?
Por esto cuando Leonora se presentó sobre las tablas un invierno con el alado casco de walkiria, tremolando la lanza de virgen belicosa, prodújose aquella explosión de entusiasmo que había de seguirla en toda su carrera. El mismo Hans se estremeció en su sillón de director, admirando la facilidad con que su amante había sabido asimilarse el espíritu del maestro.
Unicamente Materne permanecía de pie, según su costumbre, apoyado en la pared, detrás de la silla de Lorquin, con el cañón de la carabina en las manos y descansando la culata en el suelo. De la cocina llegaba el ruido de las conversaciones. Cuando Catalina, llamada por Juan Claudio, entró en la sala oyó una especie de lamento que la estremeció; era Hullin que hablaba.
Esta vez no fué D.ª María la que se estremeció de sorpresa e indignación: fué la marquesa de Leiva, quien mudando el color y con absortos ojos miró sucesivamente a su prima, a su primo y al ayo. Pero ¿qué está diciendo el niño? preguntó éste mirando a la Condesa . ¿Quién dice que es su maestro y su amigo?
La reina se estremeció. El padre Aliaga se cubrió de sudor frío. Pero la reina no se detuvo; dió dos palmadas, y se abrió la puerta de la cámara. Apareció la condesa de Lemos, que, por enfermedad de la duquesa de Gandía, desempeñaba accidentalmente las funciones de camarera mayor, como primera dama de honor.
¡Así! replicó la dama vivamente. Y al mismo tiempo le echó los brazos al cuello y le cubrió el rostro de fuertes y apasionados besos. Raimundo se estremeció. Dejóse besar por algunos instantes como un cuerpo inerte. Al fin, doblándosele las piernas, exclamó con acento desgarrador: ¡Oh, Clementina, me estás matando! Y cayó al suelo privado de sentido. El susto de ella fué grande.
Rafael se estremeció en los brazos de su amante como si despertase. Debe ser tarde. ¿Cuántas horas estamos aquí? Sí, muy tarde contestó Leonora con tristeza. Las horas de placer van siempre al galope. La obscuridad era densa: había desaparecido la luna. Cogidos de la mano, guiándose a tientas, llegaron a la barca y el chapoteo de los remos comenzó a sonar río arriba sobre la negra corriente.
Leto, al sentir esta estocada, se estremeció de pies a cabeza y se puso de veinticinco colores; y Nieves, al verle así, soltó la risa con toda su alma. Suyo o ajeno el clavel le dijo en seguida , el encontrármele yo aquí ha sido causa de un mal rato para usted. ¡Cuánto lo siento! Volvamos la hoja, si le parece, y veamos los dibujos.
Palabra del Dia
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