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El despecho de los hombres era también un certificado de su honestidad. Corrían hacia ellas, atraídos por su exterior desenvuelto. Se atropellaban unos á otros, como en una empresa fácil donde todo el éxito estriba en llegar antes que los demás.

Los sucesos se atropellaban; el mundo parecía resarcirse en una semana del largo quietismo de la paz. El viejo vivió en la calle, atraído por el espectáculo que ofrecía la muchedumbre civil saludando á la otra muchedumbre uniformada que partía para la guerra. Por la noche presenció en los bulevares el paso de las manifestaciones. La bandera tricolor aleteaba sus colores bajo los faros eléctricos.

Las ideas le faltaban, las imágenes se le desvanecían, las palabras se le atropellaban en la boca.

Los que antes le detenían en la calle haciéndole preguntas sobre el Hombre-Montaña casi lo atropellaban ahora con sus máquinas terrestres. La mujer de negocios que le había propuesto un viaje triunfal por toda la República dando conferencias en compañía del coloso volvió la cabeza al cruzarse con él. En los salones de espera del jefe del Consejo aguardó inútilmente unas dos horas.

Había llegado a la entrada del camino del Cementerio, y aquellas bestias que casi le atropellaban eran los jacos huesosos, antipáticos y enfermizos que tiraban de un coche fúnebre. El tétrico conductor, con su librea negra y mugrienta, pasó, rociando de injurias al distraído y amenazándole con su látigo. Juanito apenas si pudo verle.

A menudo dos manos, una de hembra y otra de varón, buscaban en el mismo agujero el cachipote; los que corrían se atropellaban, y la verdad histórica exige que se declare, por más que parezca inverosímil, que muy a menudo aquellos chicos que corrían como locos todos juntos por la estrecha galería, huyendo del látigo, caían al suelo en confuso montón, mientras el zurriago les medía las espaldas.

Aquellos formidables saurios, creyendo que hasta la chalupa era una presa propia para tragársela, se atropellaban unos a otros para llegar primero. Sus hálitos, calientes y fétidos, llegaban hasta los desgraciados náufragos. Estos, aunque aterrorizados, no perdieron la calma.

Bajo aquella pequeña frente se atropellaban, se estrujaban las ideas sombrías, los deseos feroces. El matrimonio de Luis era una abominable traición.

Ahora toca Juanillo, toca con todas tus fuerzas. El ciego comenzó a ejecutar una marcha guerrera. El silencioso hotel se estremeció de pronto, como una caja de música cuando se la da cuerda. Las notas se atropellaban al salir del piano, pero siempre con ritmo belicoso. Santiago exclamaba de vez en cuando: ¡Más fuerte, Juanillo, más fuerte! Y el ciego golpeaba el teclado, cada vez con mayor brío.

Excitada por sus mismas palabras, que se atropellaban unas a otras, colérica, descompuesta, me cubría de denuestos, repitiendo a cada instante: «¡Márchese usted! ¡No quiero verle a usted delanteNo hubo más remedio que aguardar a que se desahogase. Cuando lo hubo hecho, cayó en un singular abatimiento. Tapose la cara con las manos y comenzó a sollozar fuertemente.