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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Queréis emplearme por segunda vez como instrumento estúpido de vuestro espionaje. «El capitán Ferragut es un tonto enamorado os habéis dicho . No hay mas que hacer un llamamiento á su caballerosidad...» Y tú quieres vivir conmigo, tal vez acompañarme en los viajes, seguir mi existencia, para revelar mis secretos á tus compatriotas y que aparezca yo de nuevo como un traidor. ¡Ah, perra!...
Levantó los hombros Ferragut, y en vista de su indiferencia, el viejo no quiso guardar por más tiempo el secreto. ¡La pájara! añadió . Aquella pájara guapetona y perfumada que venía á verle... La de Nápoles... la de Barcelona... El capitán palideció, primeramente de sorpresa, luego de cólera. ¿Freya en Brest?... ¿Hasta aquí llegaba su espionaje?... Caragòl continuó su relato.
Si le van a colocar que lo diga de una vez. ¿Qué tenemos, viene la federal o qué? ¡Misterios! ¡Meditemos!... ¿O es que le lleva cuentos a don Práxedes? Bueno, señores, que se los lleve. No me importa el espionaje». Esto pasaba a fines de 1872. De pronto Rubín dijo que iba al extranjero a reanudar sus trabajos de viajante de comercio.
Los negros ganados así para el Gobierno ponían en manos de Rosas un celoso espionaje en el seno de cada familia, por los sirvientes y esclavos, proporcionándole, además, excelentes e incorruptibles soldados de otro idioma y de una raza salvaje.
Los familiares que en las oficinas del obispado manejaban el registro secreto de la conducta de los clérigos de la diócesis, tardaron muchos meses en convencerse de que no era mujeriego, y el espionaje, de que no se vio exento por ser ahijado de don Tadeo, sólo logró averiguar que, valiéndose de lo cercano que estaba su curato a la ciudad, Tirso solía irse a la población un par de veces al mes, permaneciendo en ella algunas horas, sin que nadie supiera dónde ni a qué iba.
Por debajo de las sotanas asomaban unas zapatillas de paño, con las que andaba sin el menor ruido: un calzado de espionaje que le permitía, como á los demás servidores del monasterio, deslizarse por los claustros silenciosos sin turbar el aislamiento de los Padres. Atravesó el patio hablando á Aresti de las suelas de su calzado, que eran de paño y se mojaban en los charcos de la lluvia.
Luego, en voz alta, continuó: ¿Un periódico que no admite el anticipo reintegrable? Sí, padre contestó Antoniño ya medio anonadado. ¿Un periódico interrogó aún el cura que hace campaña contra el espionaje alemán? Antoniño no podía negar. El mismo, padre suspiró . ¡El mismo!... Pues, hijo mío dijo entonces el cura . Lo siento mucho, pero no te puedo dar la absolución. Antoniño se quedó aterrado.
Ahora era Elena la que hablaba, lejos, ¡muy lejos! con un tono de inmenso desaliento: Tal vez tienes razón. ¡Ay, el dinero!... Para los que sabemos lo que puede dar de sí, ¡qué horrorosa la vida sin él!... No quiso oir más. La vergüenza de su espionaje acabó por vencer á la malsana curiosidad que le había dominado durante unos momentos.
Lo he oído decir.» Su cuñado se indignaba. ¿Dónde lo había oído decir? ¿Quién le daba tales noticias?... Y para desahogar su mal humor, prorrumpía en imprecaciones contra el espionaje enemigo, contra la incuria de la policía, que toleraba la permanencia de tantos alemanes ocultos en París. Pero de pronto tenía que callarse, al pensar en su propia conducta.
En un santiamén recogió los naipes, y el capellán bajó, algo confuso de su espionaje involuntario, pero tan preocupado con lo que creía haber sorprendido, que ni se le ocurrió censurar el ejercicio de la hechicería. La bruja, empleando el tono humilde y servil de siempre, se apresuró a explicarle que aquello era mero pasatiempo, «por se reír un poco». Volvió Julián a su cuarto agitadísimo.
Palabra del Dia
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