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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Se acabaron las miradas feroces, los gestos severos, las mudas escenas entre madre e hijo, que presenciaban con temor los íntimos de la casa. Ya no iba a la casa azul; lo sabía con gran certeza, gracias al espionaje gratuito con que la servían las gentes afectas a la familia.

Se esparcía rápidamente la noticia de aquellos amores: circulaba de boca en boca, considerablemente aumentado, el relato de la expedición por el río, los paseos por entre los naranjos; las noches que pasaba Rafael en la casa de doña Pepita, entrando a obscuras y descalzo como un ladrón; las siluetas de los amantes, destacándose en la ventana del dormitorio, abrazados por el talle, contemplando la noche: todo visto por gentes dedicadas por voluntad al espionaje, para poder decir «yo lo he presenciado» y que pasaban la noche ocultos en un ribazo, emboscados tras una cerca para sorprender al diputado, a la ida o la vuelta de sus citas de amor.

Por eso continuó ella cada vez que Francia descubría una parte de nuestros manejos, la opinión mundial, que sólo cree en cosas ingeniosas y difíciles, se reía de ella, considerándola atacada del delirio de persecuciones. La mujer entraba por mucho en el servicio de espionaje.

Miradas de soslayo todo el día, cuchicheos incesantes, que cesan de golpe en cuanto oyen mis pasos, un crispante espionaje de mi expresión cuando estamos en la mesa, todo esto se va haciendo intolerable. ¡Pero qué tienen, por favor! acabo de decirles. ¿Me hallan algo anormal, no estoy exactamente como siempre? ¡Ya es un poco cansadora esta historia del perro rabioso! ¡Pero Federico! me han respondido, mirándome con sorpresa. ¡Si no te decimos nada, ni nos hemos acordado de eso!

Al entrar en casa por las noches se veía interrogado durante la cena en presencia de don Andrés, que no osaba levantar la cabeza ante la poderosa señora. ¿Dónde había estado? ¿A quién había visto?... Rafael sentía el espionaje, siguiéndole en sus paseos por la ciudad y el campo. Hoy has estado en casa de la cómica... ¡Cuidado, Rafael! ¡me vas a matar!

En sentir de D. Acisclo, era menester saber si en Madrid había dejado relaciones amorosas, si era jugador o calavera, si tenía algún hijo natural y otros pormenores por el estilo. Doña Luz contestó que le indignaba tal espionaje; que su amor a don Jaime era la mayor garantía del valor de D. Jaime: que si ella dudase de él no le amaría; y que amándole, ella misma se ultrajaba, dudando de él.

Su reloj marcaba las doce. ¡No vendrá!... ¡no vendrá! dijo con desesperación. Una idea nueva le sirvió de alivio. Era imposible que una persona discreta como Freya se atreviese á avanzar hasta su cuarto viendo luz por debajo de la puerta. El amor necesita obscuridad y misterio. Además, esta espera visible podía atraer el espionaje de algún curioso.

Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido.

El Chato, el clérigo que servía de esbirro a doña Paula, tenía el vicio de ir al teatro disfrazado. Había cogido esta afición en sus tiempos de espionaje en el seminario; entonces el Rector le mandaba al paraíso para delatar a los seminaristas que allí viera; ahora el Chato iba por cuenta propia. Había estado en el teatro la noche anterior y había visto a la Regenta.

Parecía que me miraba. Era de níquel, labrado, con muchos garabatos. Cuando te dormiste, me eché de la cama y lo cogí. Era un botón de mujer, de los que se usan ahora en las chaquetillas. Lo tengo guardado. Estas ignominias se guardan para en su día sacarlas y decir: ¿me negarás esto?... ¡Y siempre tan comediante! ¡Yo pasaba unas fatigas...!, pero nunca quise rebajarme al espionaje.

Palabra del Dia

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