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Actualizado: 11 de junio de 2025


No, ché, yo voy a quedarme para escribir a casa. Y yo también; ya te dije. Estoy por imitarlos, Baldomero, porque no escribo hace días. ¿Qué le parece que fuéramos mañana a ver la hacienda? Mejor que escriba mañana, don Melchor; de todos modos Hipólito saldrá tarde... y siempre tendrá tiempo... también puede escribir luego, a la noche, ¿no le parece? ¡Estoy tan cansado!...

5 Mas el que guarda su Palabra, la caridad de Dios está verdaderamente perfecta en él; por esto sabemos que estamos en él. 6 El que dice que está en él, debe andar como él anduvo. 7 Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que habéis tenido desde el principio: el mandamiento antiguo es la Palabra que habéis oído desde el principio.

Está al fin del libro de matrículas de 1566: «Los días pasados me hicieron merced de responderme con aquellos caballeros, los quales vinieron de su tierra de V.m.; y por no ser para más la carta que V.m. me ynbió no escribo más a V.m. el secretario mi señor. Véanse siquiera dos muestras.

Apesar de sentirse mortificada por aquel tono, Fernanda le saludó afectuosamente. Me alegro de verte tan buena, querida, y aprovecho la ocasión para darte el pésame. Ya sabes que yo no escribo cartas hace años. He sentido mucho a Santos... Oiga usted, Moro: ¿se propone usted no darme en su vida una carta decente?... Era un buen sujeto, un vecino excelente, incapaz de hacer daño a nadie.

Escribo tan sólo un juicio formado en los días de la primera salida de la hermosa novela, y lo que intenté decir entonces, tributando al compañero y amigo el debido homenaje, lo digo ahora, seguro de que en esta manifestación tardía el tiempo avalora y aquilata mi sinceridad.

«Habiéndome dicho el señor conde de Mengis que un sobrino suyo al pasar por Heidelberg se enteró de que usted estaba en esa ciudad le escribo esta carta confiando en que será más afortunada que las anteriores cuya contestación aguardo todavía. »¿Qué es lo que le pasa, Amaury? Hace cerca de dos meses que nada de usted.

No tengais cuidado, mis queridos lectores. Mi curiosidad, mi impaciencia por esa pobre desconocida, es una impaciencia afectuosa y cristiana. Mi mujer leyó un rato, y se acostó. Yo escribo hasta las tres de la mañana, aunque no quiero terminar, con perdon de mis párpados que se cierran, sin dar cuenta al lector de un chiste agudísimo que en el figon, á uno de los menestrales que allí comian.

Desearía, al bajar del tren, encontrar en el patio de la estación, mi carruaje, mi cochero y mis caballos, y que ese día nos acompañaseis a comer en mi casa. Alquilad o comprad una casa, tomad criados, elegid carruajes, caballos, libreas. Confío enteramente en vos. Que las libreas sean azules, y nada más. Esta línea la agrego a pedido de Bettina, que por sobre mi hombro lee lo que escribo.

El manuscrito volvía a comenzar después, con otra tinta y hasta con letra algo modificada: »Hoy partimos. Hace seis meses que no escribo. ¡Cuántas cosas en este tiempo! No importa que nada haya escrito en estas páginas: todo está aquí, en la memoria, en el corazón. Luis ha llorado, papá trataba de mostrarse fuerte, pero no lograba contener su emoción.

Me levanto de la cama y escribo estos cuatro renglones en un estado casi febril. Todo el mundo nota que ando ojeroso y pálido estos días.

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