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Las cosas que te escribo quisiera decírtelas: lo que no te conmoverá leído, mis palabras te lo llevarían al alma en fuerza de sinceridad. Pero comprendo que no hay remedio, y aun temo que estas dificultades de ahora no sean sino anuncio de otras mayores: créeme, nuestro cariño ha de costarnos muchas lágrimas.

En el gabinete donde escribo, pueden existir todos los cuerpos imaginables, uno ó muchos, en reposo ó en movimiento; pero el espacio que concibo, es uno, fijo, siempre el mismo, mido su volúmen, que consta de tantos piés cúbicos, y estos piés son fijos, inseparables; si me empeño en separar un pié cúbico de otro, no puedo; porque mientras le anonado, se me presenta allá, en la misma distancia que necesito para concebir la separacion.

Escribo estas últimas líneas en el lecho. Apenas tiene fuerza mi mano para sostener la pluma. Tal vez ese hombre no llegue a tiempo.

Huele aquí á contento, á paz, á alegría, á amor... Dios os bendiga, mis amigos, que tenéis sol claro en día de lluvia, y que vivís mientras otros se aperrean. ¿Y qué bueno hacéis, diosa? Escribo á mi padre largamente: antes habíale escrito una brevísima carta, pero no me basta. Estoy impaciente porque mi padre sepa punto por punto... ¿Es decir que os habéis metido á letrado? No os entiendo.

Las petacas y sombreros de Lucban constituyen una industria bien conocida en Manila, y aun en España y en el extranjero. En los mismos momentos en que escribo estas líneas, tiene hecha la casa de Guichard y Compañía con un amigo mío, una gran contrata de sombreros para la exportación.

Pero se me ocurre que te escribo a otro mundo, donde un día, dentro de mucho tiempo, podrás leerlas sin que pueda hacerte daño su amargura. ¡Si supieras lo que a pesar de todo hay para ti en mi corazón! ¡Y si supieras la extraña alegría con que pienso a veces que voy a morir, idealizada por el sacrificio, perdonando a todos y bendiciendo tu gran amor a Julio!

Desde que murió tu padre en la guerra contra los carlistas, yo no escribo sino las cuentas. Con buena o con mala letra, es menester que escribas la carta; yo te la iré dictando. Hoy todavía no. ¿Es acaso puñalada de pícaro? ¿Quién nos corre? Antes de dar un paso tan importante, conviene que lo medites y consultes con la almohada. No es mucho veinticuatro horas de término. Hoy no escribo.

Aun no acababa bien estas razones, Y un indio cano viejo se levanta, Que aunque en la junta estaba, y escuadrones, Su vida es diferente y aun espanta. El caso que diré yo sin ficciones Será, que aunque mi musa en verso canta, Escribo la verdad de lo que he oido, Y visto por mis ojos y servido. El viejo con modestia así decia, Pidiendo que atencion le sea prestada.

Los capítulos carecen de numeracion, y no es fácil restablecerla, porque si bien la falta de sólo un fólio induce á suponer que la del manuscrito afecta nada más que á una parte del primero de sus capítulos, hay que tener presente que Cieza de Leon, la única vez que cita en la Primera parte de su Crónica capítulo determinado de la Segunda, dice: "Muchos de estos indios cuentan que oyeron á sus antiguos que hubo en los tiempos pasados un diluvio grande y de la manera que yo lo escribo en el tercero capítulo de la Segunda parte ." Y de tal acontecimiento no se habla poco ni mucho en ninguno de los que comprende el manuscrito del Escorial.

En cuanto a la situación de la América en el momento en que escribo estas líneas, puede decirse en general que, salvo algunos países como la República Argentina y Méjico, que marchan abiertamente en la vía del progreso, está pasando por una crisis seria, cuyas consecuencias tendrán indiscutible influencia sobre sus destinos.