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He sido para la fe soldado leal y amante sin falsía; al dejar de amarla no he querido mentirla, que el corazón luego desprecia lo que prostituye. Plegaria que la vacilación suspende, frase de cariño que con el pensamiento se aquilata, ni entrañan fervor, ni acusan sentimiento.

La opinión de los hombres, criterio del honor en todos los países, no les importa tanto á los hijos de Granada como la opinión de las mujeres, criterio que aquilata el mérito y el demérito con relación al amor.

Mucho tiene que sufrir la virtud; pero si no tuviera que sufrir ¿sería virtud? ¿Qué mérito tendría? Y sin duda que la piedra de toque, en que se aquilata y contrasta el sufrimiento, es esta duda en que deja el virtuoso a los demás hombres acerca de si su virtud es tontería, impotencia o amilanamiento y poquedad de espíritu. Hombres hay que no resisten a esta prueba.

Estas dimensiones que guardan relación con el edificio, forman una grandiosa masa, á cuya contemplación se aquilata cuanto puede hacer la fe de un pueblo. Aquella magnífica obra, y aquellos miles de sillares, suman un total de trabajo que nada más que la fe puede acumular.

Allí, la cruz que se alza entre la revuelta maleza que crece en el misterioso mundo de los muertos, recuerda la memoria de pasadas generaciones; las sombrías rejas del presidio, señalan en sus dobles hierros, la satisfacción que da á la tranquilidad individual, la pública vindicta; la campana que á la oración de la tarde, pesadamente dobla sus bronceados ecos, indica en la religión, el más allá que enseña el santo suelo sobre el que se eleva el pardusco torreón, á cuyos cimientos se aquilata la pequeñez de la vida, en la amarga verdad de una tumba que carcome el tiempo, y una cruz que pudren las aguas, únicos y miserables girones de los recuerdos, que cual el sér que cubrieron, bien pronto pasarán al polvo y al olvido.

El corazón de un extraño es más tierno que el de un amigo. En el pedir y en el dar, se aquilata la amistad, etc. Vino don Pablo Aquiles, por la tarde, y se enteró de que el niño seguía en su cuarto, bajo llave. ¡Qué demonio de muchacho! dijo, ¿qué tendrá?

Escribo tan sólo un juicio formado en los días de la primera salida de la hermosa novela, y lo que intenté decir entonces, tributando al compañero y amigo el debido homenaje, lo digo ahora, seguro de que en esta manifestación tardía el tiempo avalora y aquilata mi sinceridad.