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Actualizado: 16 de octubre de 2025
Angué es alta, fuerte, de abultadas y exuberantes formas; ha dejado de jugar con las sampaguitas, y apoya indolentemente su cuerpo en las conchas. Todo su sér respira dulzura y melancolía. Sus ojos, ligeramente entornados, están fijos, están en uno de esos momentos en que no ven; tiene la falta de vida que constituye en la inteligencia esas profundas abstracciones en que nada pensamos.
Aquel hombre le conocía indudablemente; él también conocía aquella cara. ¿Quién era?... De pronto, con su imaginación vió el mar, vió un gran buque, una mujer alta y rubia que le miraba con los ojos entornados, un hombre fornido y bigotudo que hacía discursos imitando el estilo de su emperador. «Descansa en paz, capitán Erckmann.» Así habían venido á terminar, en un rincón de Francia, las discusiones entabladas en medio del Océano.
A la caída de la tarde, el señor Fermín se sentaba en un banco, bajo las arcadas de su caserón, con la guitarra en las rodillas. ¡Venga de ahí, Mariquita de la Lú! Hay que alegrar un poquiyo al enfermo. Y la muchacha rompía a cantar, con la cara grave y los ojos entornados, como si cumpliese una función sacerdotal.
Dupont miraba con los ojos entornados a Montenegro, pensando que éste sólo podía aproximarse a él impulsado por algo muy importante. Está bien dijo con impaciencia. Vamos al caso y no perdamos tiempo. Mira que hoy es un día extraordinario. De un momento a otro volverán a llamarme por teléfono.
La Teodora, sin dejarse ganar por la emoción de los presentes, tranquila y segura de su pericia, introducía por entre la hojarasca de las enaguas su mano envuelta en el pañuelo, buceando durante mucho rato en este oleaje de tela almidonada. La virgen permanecía inmóvil, con los ojos entornados, sin un gesto, coloreándose ligeramente por el dolor y las cosquillas.
Vio tribunales con hombres vestidos de negro, los ojos entornados y el gesto imponente, oyendo las miserias y locuras de sus semejantes, y tras ellos otros tantos esqueletos enormes, con una grandeza de siglos, envueltos en togas, eran los que movían las manos de los jueces cuando éstos escribían y los que soplando sobre sus cabezas les dictaban sus sentencias. ¡Los muertos juzgan!
Lo mismo el confesor que los libros devotos le aconsejaban que pensase con frecuencia en la cruenta pasión y muerte del Redentor, y así lo había hecho hasta entonces, embargada de dolor y anegada en lágrimas. Se le clavaba en el alma aquel rostro contraído y angustiado de Jesús en la cruz, aquellos ojos entornados y moribundos, donde aun ardían el amor y la bondad eterna de un Dios.
Con éste, que era de su color y su sangre, mostrábase autoritaria la buena señora, obligándolo a correr detrás de Nélida. El doctor Zurita, arrellanado en un sillón, seguía con los ojos entornados las espirales de humo de su gran cigarro. Las damas de su familia hablaban con otras argentinas de las mesas inmediatas.
Allí, con la cabeza levantada y sostenida por varias almohadas, estaba el Padre sin dar señal alguna de conocimiento. Los ojos como dormidos, entornados los párpados, muda la lengua. Tal vez sentía, veía y comprendía aún; pero no tenía medio de comunicar sus impresiones por carencia de fuerza muscular. Largo rato le miró doña Luz sin pronunciar palabra. Al fin rompió en amargo lloro.
Luego salta otra, luego otra y otra hasta que todas se tienden exánimes pero risueñas, reflejando en sus mejillas sudorosas y en sus ojos entornados la dulce alegría que se escapa de un pecho inocente.
Palabra del Dia
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