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Actualizado: 27 de junio de 2025
Avanzó hasta el coche de alquiler que esperaba fuera de la verja. Antes de subir á él, se volvió para afirmar con un tono de graciosa amenaza: Si no vienes, no me verás más. Creeré que deseas romper conmigo, que me encuentras molesta y antipática... Te espero. Agitó una mano á guisa de despedida, mientras el carruaje se iba alejando. ¡Ya era hora! exclamó Miguel al verse solo.
Romper, romper para siempre toda clase de relaciones con esa calamidad es lo que importa manifestó la Delfina inquietísima, dando vueltas en el lecho . Que no la veas más, que ni siquiera la saludes si te la encuentras por la calle... ¡Oh, qué mujer!, es mi pesadilla. Da por hecho el rompimiento, pero definitivo, absoluto. Lo deseo tanto como tú; me lo puedes creer.
A favor de la marcha del overo pudo ponerse pronto al lado de Melchor, a quien le preguntó, sin volver la cabeza por temor de perder el equilibrio que a duras penas había podido conservar: ¿Por qué... me... habrá... dicho... Baldomero... que... me... divierta?... ¡Qué encuentras de raro en eso? ¿Yo?... nada... repuso Lorenzo que empezaba a sudar; y agregó: no... vayamos... tan... ligero...
Tú gozas siempre que encuentras alguna palabra contra el Olímpico. Me parece que llevas el odio demasiado lejos. Pericles, aunque disipó los tesoros de Atenas y contribuyó á su corrupción, me ha dicho el cura de la Pola que vivía con modestia y frugalidad, retirado de la sociedad, renunciando á los placeres; y que en los cargos que le confiaron mostró un desinterés y una probidad inalterables.
Doña Lupe creyó que no la reconocería, pues sólo se habían hablado una vez en la función del Asilo; pero sí la reconoció, y aun la nombró, porque Guillermina era como los grandes capitanes, que tienen memoria felicísima de nombres y fisonomías, y soldado con quien hablan una vez, no se les despinta. «Mi sobrina» dijo la viuda presentándola, y Guillermina la miró sonriendo. «No me es desconocida su cara... la he visto en las Micaelas... Por muchos años». En seguida dirigiose a Mauricia, apoyando ambas manos en la cama. «¿Y qué tal te encuentras hoy? ¿Comerías algo?... Nada, este chubasco te pasará pronto.
Pues bien, hace un momento, me ha dicho mi padre, después de hablar conmigo de los pequeños incidentes del día: También he visto a Máximo. ¿No le encuentras un aspecto triste y preocupado? Me ha chocado como a ti; no sé qué tiene. Es desgraciado y le he arrancado la confidencia de sus disgustos. Figúrate que el pobre muchacho está inundado de denuncias anónimas contra Luciana.
Abres ahora los ojos y te encuentras horriblemente sola, sin familia, sin marido, sin mí. Fortunata, con un pánico semejante al de quien se está ahogando, agarrose a la falda de doña Lupe, y vuelta a soltar un raudal de lágrimas. «No, no, no... yo no quiero estar sola, triste de mí.
¡Oh! tú no sabes lo que quieres, y el estado en que te encuentras me espanta... ¿para qué te has engalanado de ese modo? ¿para qué te has puesto tan hermosa como un ángel?... ¡pobre niña! tu alma, tu corazón, tu vida, es ese hombre, ese hombre que no puede hacerte feliz; el solo hombre á quien has amado; ¡terrible Dios, que has dado al hombre amor y caridad, sangre y lágrimas, y no le has dado poder!... ¡mañana me pedirás cuenta de lo que yo haya destruído, arrastrado por mi desesperación, y no tendrás en cuenta mi amor hacia esta infeliz, mi rabia al ver que nada puede servirla, mi dolor al mirarla anonadada, muerta, apurando la hiel más amarga que tú has destinado para probar á las criaturas! ¡oh! ¡yo estoy loco! ¡mi cabeza se rompe! ¡mi corazón revienta! ¡Maldito sea ese hombre! ¡maldito! ¡maldito!
Algunas veces, cuando su madre enviaba por vino o por sidra a la taberna de Arcale a su hijo Martín, le solía decir: Y si le encuentras, al viejo Tellagorri, no le hables, y si te dice algo, respóndele a todo que no. Tellagorri, tío-abuelo de Martín, hermano de la madre de su padre, era un hombre flaco, de nariz enorme y ganchuda, pelo gris, ojos grises, y la pipa de barro siempre en la boca.
¿Qué tal mi chimenea? no hace humo, como las de los ricos... Pero, explícame, ¿cómo te encuentras por estos andurriales? ahora, cuando te vi, se me figuró que serías alguno de esos pilluelos, que vienen a robar en mi despensa: por eso me eché encima de ti, sin prevenirte... Ni soñaba, hijo, que pudieras ser tú, ¡ajo! ¡miren al Varguitas, el rey de los cajetillas, en casa del tío Agapo!
Palabra del Dia
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