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En una época no conocida, mucho antes que fueran redactados por el notario del país los primeros documentos de propiedad, uno de los asientos de las rocas que forman el valle subterráneo se hundía en el lecho del arroyo; luego, las tierras, faltas de base, fueron gradualmente arrastradas hacia el llano; poco á poco el gran agujero se fué abriendo, y las aguas, corriendo por sus declives, le dieron la forma de un embudo casi regular.

Esposas, látigos, calaveras, rosarios y cirios completaban el adorno; abajo ardía una hoguera en torno a un poste con argolla y figuraba una caperuza como un embudo adornada de serpientes, sapos y cabezas cornudas.

Nadie necesitaba tanto como él que se le llamase al orden, y sobre todo, lo que más falta le hacía era que le recortaran la bebida, porque aquello no era ya boca, era un embudo. Jacinta presintió la jarana, y tomando una resolución súbita, tiró del brazo a su marido y se lo llevó, a punto que este empezaba a tomarle el pelo al inglés.

1094 Le suelen llamar espada y el nombre le viene bien; los que la gobiernan ven a dónde han de dar el tajo: le cai al que se halla abajo y corta sin ver a quién. 1095 Hay muchos que son dotores, y de su cencia no dudo; mas yo soy un negro rudo y aunque de esto poco entiendo, estoy diariamente viendo que aplican la del embudo.

El Cura soltó aquí una carcajada que retumbó en el embudo de la chimenea, y hasta farfulló unos latines de breviario que no pude entender. Después dijo mi tío refiriéndose al hombrazo del banco frontero: El señor... Hombre añadió encarándose repentinamente con él , ¿me dejas entregar todo tu pasaporte de una vez, para acabar primero y entendernos mejor?

Todo esto se procura mezclarlo bien con sangre de cerdo previamente colada en cantidad de una tacita por kilo de grasa, se agita bastante con la mano, a fin de que quede bien mezclado, dejándolo un rato en reposo para que tome el adobo. Luego, y por medio de un embudo se van llenando las tripas ya preparadas, atándolas con hilo fuerte y pinchándolas con un alfiler para extraer el aire.

El secretario del rajá los llevó adonde el elefante manso estaba, comiéndose su ración de treinta y nueve tortas de arroz y quince de maíz, en una fuente de plata con el pie de ébano; y cada ciego se echó, cuando el secretario dijo «¡ahora!», encima del elefante, que era de los pequeños y regordetes: uno se le abrazó por una pata: el otro se le prendió a la trompa, y subía en el aire y bajaba, sin quererla soltar: el otro le sujetaba la cola: otro tenía agarrada un asa de la fuente del arroz y el maíz. «Ya » decía el de la pata: «el elefante es alto y redondo, como una torre que se mueve.» «¡No es verdad!», decía el de la trompa: «el elefante es largo, y acaba en pico, como un embudo de carne.» «¡Falso y muy falso!», decía el de la cola: «el elefante es como un badajo de campana» «Todos se equivocan, todos; el elefante es de figura de anillo, y no se mueve», decía el del asa de la fuente.

En la tercera jornada se tiene que arrostrar una de las mayores dificultades que presenta el Mamoré para su navegacion; pues hay un punto en el que estrechándose mucho su corriente, viene á ser mas impetuosa, y forma unos remolinos en embudo, demasiado rápidos para que las canoas puedan salvarlos sin aventurarse demasiado: es tal la violencia con que azota el agua al pasar por encima de ellas, que la débil embarcacion vacila y se bambolea como si hubiese chocado contra una roca.

, señores, , abonados del café Tortoni y de la Opera... , un verdadero lago y un verdadero volcán: ahí tienen ustedes todavía el cráter con su forma dilatada y una abertura circular de media legua; vean ustedes las capas de lava, y en el sitio donde hervían el azufre y el salitre, contemplen ahora un lago límpido que se eleva hasta la mitad de ese gran embudo, mientras la otra mitad, cubierta de árboles y musgo, forma una verde muralla de ciento cincuenta pies de altura que baja casi a pico hasta los bordes del lago misterioso, cuyo fondo no se ha encontrado, y sobre el cual nadie se atrevería a lanzarse, porque el remolino de las aguas haría zozobrar en seguida la barca, y el atrevido navegante, precipitado al fondo del abismo, en los fuegos subterráneos, hubiera comenzado como La Pérouse y concluido como Empédocles.

La Nela se deslizó intrépidamente, poniendo su pie sobre las zarzas y robustos hinojos que tapaban el abismo; y sosteniéndose con una mano en las asperezas de la peña, alargó la otra hasta pillar el rabo de Lili, con lo cual le sacó del aprieto en que estaba. Acariciando al animal, subió triunfante a los bordes del embudo.