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Actualizado: 17 de noviembre de 2025
¿Por quién me tenéis? dije al cocinero mayor fingiéndome gravemente ofendida, á pesar de que tenía una viva curiosidad por saber quién era aquella persona ; ¡ea! añadí: idos de mi casa, si no queréis que os haga echar á palos.
Pues oiga usted se atrevió a decir la Infanzón sin mirar a su esposo ; diga usted lo que quiera, esta capilla me parece a mí muy bonita; y me parece en cambio muy feo profanar el templo... ¡blasfemando así de Dios y sus santos! Ea, se había cansado; quería dar la batalla al libertino y escogía, con un pudor evidente, el terreno neutral, del arte, puro y desinteresado.
Ea, pues, me atrevo, se lo digo...». Y se lo dijo. Se lo dijo cuando acababan de comer. Pero él lo achacó a la propia energía. «Comprende que yo no he de ceder y no se obstina». Cuando Ana consultó con el Magistral en casa de doña Petronila, ya tenía dado su consentimiento. Pero pensaba retirarlo si el canónigo decía non possumus.
En cuanto al hombre alto aparentó replegar su mirada sobre sí para poderse sostener en aquel aprieto; pero la risa de Magdalena, que era contagiosa, rompió el silencio. ¡Ea! dijo vivamente, deben ustedes tener apetito, ¿no es verdad? ¿Quieren ayudarme a preparar la merienda? No faltó quien de muy buena gana se brindase.
Ya no está la Magdalena para estos tafetanes, como dijo el otro... Y ahora pienso, señoras, que a ustedes, que comercian, les conviene este libro. Ea, lo vendo, si me lo pagan bien. ¿Cuánto? Por ser para ustedes, dos reales. Es mucho dijo Cuarto e kilo, mirando las hojas del libro, que continuaba en manos de su compañera . Y ¿para qué lo queremos nosotras, si nos estorba lo negro?
Tiene razón Ventura, Huesitos dijo Gonzalo cogiendo a su cuñada por los hombros y sacudiéndola cariñosamente. Esto no es nada; lo ha tenido cien veces. ¿Por qué te has de privar tú de ir al baile?... Ea, ea, a tomar el abrigo. Ramón ya ha enganchado. Son más de las nueve y media añadió empujándola hacia la puerta. Cecilia no pudo resistirse.
Ya sabe usted que hasta se están vendiendo los mansos de las parroquias... ¿Y cómo está usted ahora aquí, en la aldea? A pesar de todo cuento, Dios mediante, cantar misa de aquí a dos años... Ea, bajémonos un poco a estirar las piernas y a tomar un piscolabis... ¿No quiere usted echar un cuarterón o una copita, D. Andrés?
Usted representa la ley... pues bien... ahí están contando mi dinero. Ea, ea, don Santos basta de desatinos. Y le cogió por un brazo, para llevárselo por fuerza. Porque soy pobre... ¡ingrato! dijo Barinaga cayendo en profundo desaliento. Se dejó arrastrar.
El primer conjuro deste día memorable entre todos los de mi vida fué decirme: "Ea, Gavilán amigo, salta por la pompa y aparato de doña Pimpinela de Plafagonia. ¿No te cuadra el conjuro, hijo Gavilán? Pues salta por el bachiller Pasillas, que se firma licenciado sin tener grado alguno. ¡Oh, perezoso estás! ¿Por qué no saltas?
¡Morirás! -dijo en alta voz Radamanto-. Ablándate, tigre; humíllate, Nembrot soberbio, y sufre y calla, pues no te piden imposibles. Y no te metas en averiguar las dificultades deste negocio: mamonado has de ser, acrebillado te has de ver, pellizcado has de gemir. ¡Ea, digo, ministros, cumplid mi mandamiento; si no, por la fe de hombre de bien, que habéis de ver para lo que nacistes!
Palabra del Dia
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