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Actualizado: 17 de noviembre de 2025


, padre. Ea, vete á tus quehaceres, que yo voy á ver á Clarita. Y, en efecto, el P. Jacinto y la criada se fueron por su lado cada uno. Entre tanto, D. Fadrique se hallaba ya en presencia de Doña Blanca, sorprendida, pasmada, enojada de tan imprevisto atrevimiento.

Y en palabras entrecortadas, apretones de manos y miradas de intensa ternura, desbordábase su amor por tanto tiempo contenido, mientras el bondadoso anciano, presto a dejar ya esta vida, desde el borde de su tumba impetraba de Dios bendiciones sobre la cabeza de los que aun debían disfrutar los goces de la existencia. Ea, hijos míos, yo no estoy para sufrir emociones dijo el señor de Avrigny.

Toos piden á un tiempo.... Que alcen el deo los que quieran vino.... Uno, dos, tres..., seis, nueve.... Nueve hombres y tres mujeres.... Ahora que le alcen los que quieran aguadiente.... ¡Ea!, no hay más que hablar: seis hombres y toas las mujeres, menos tres, dicen que no quieren vino.... ¡Me alegro, me alegro, y que me alegro, ea!... Conque dempués de gastar dos pesetas en queso y en un guardia civil, lo demás pa musolina.

Respondonzuelo se va haciendo el mocito. Me hago lo que quiero. Voto va... dijo el conde, y ya se sentía venir la tempestad, cuando el capitán se interpuso y la paz se restableció por completo. Ea dijo el conde, sosegado y afable , desembaúle Vd. los dinerillos y pruebe fortuna. Don Luis se sentó a la mesa y sacó del bolsillo todo su oro.

Bien: decid á Lerma que mi amigo quiere casarse con vos... ¡Deshonrarle yo!... Cuando median altos intereses, por todo se atropella. ¿Puedo fiarme de vos, don Francisco? ¡Fuego de Dios! ¿y para qué había yo de engañaros? A vos me entrego. ¿Veis como he hecho muy bien en que no trabáseis conocimiento con el blanquillo de Yepes? Ea, vamos, que ya es hora.

Suplía esta deficiencia pasajera apretando o aflojando los abrazos a su hija; y así se entendieron los dos tan guapamente. Por remate de la escena, que fue larga, logró decir con regular firmeza don Alejandro mientras enjugaba las lágrimas de Nieves con el pañuelo. ¡Ea, se acabó esto, canástoles!

Con tal motivo nuestro caballero empezó a sentirse inquieto por la suerte de su hermana. Si no fuera por el amor entrañable, frenético, que ésta profesaba a su prometido quizá hubiera pensado en desbaratar su unión. Elena se apresuró a cortar la conversación. ¡Ea, basta de filosofías! exclamó con acento mimoso . Yo soy la obsequiada en este día y nadie se ocupa de para nada.

¡Ea! dijo ella dejándose caer en el césped . Basta de paisajes y de enternecimientos. Yo soy la ciega más dichosa que existe a la hora presente en Madrid, y el cojito más guapo, más simpático, más bueno y más feliz... ¿Verdad que ...? ¡Di que ! Cirilo se sentó con algún trabajo a su lado.

"Ea, amigos y compañeros, no hay remedio, todos morimos, pues se ha verificado ser la sedicion contra nosotros: no tenemos mas delito que el ser europeos, y haber juntado nuestros caudales, para asegurarlos, á vista de los criollos.

Pero yo no quiero emplear contigo sino más blandas y amorosas demostraciones. ¡Ea, quite usted allá, señor don Paco! ¿Qué demostraciones ha de hacer usted, si puede ser abuelo? Y como don Paco seguía plantado delante atajándole el camino, Juanita continuó: Vamos, déjeme usted pasar.

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