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Actualizado: 17 de noviembre de 2025
Tres o cuatro curiosos se habían parado a la puerta de la calle, y al través de las rejas de la cancela nos miraban sin curiosidad alguna, atentos sólo a la música. Cuando ésta cesó, siguieron su camino. Ea, basta de coloquio dijo Pepita, acercándose a su hermana y a mí, que aún continuábamos sentados. Llevan ustedes media hora juntos, y el reglamento de la casa no permite más que quince minutos.
Poco después, Montiño, con la gorra aún en la mano, espeluznados los escasos cabellos, la boca entreabierta, pálido, desencajados los ojos, crispado todo, pasó por delante de Quevedo exclamando: ¡Como la otra! Y se lanzó en la calle. Quevedo partió tras él y le asió por la capa. ¡Ea, dejadme! exclamó el cocinero mayor. ¿Os olvidáis de que yo os esperaba?
El calorcillo que aún sentía en la mejilla atestiguaba de este señorío y de su vasallaje. ¡Toda la vida, toda la vida su esclava!... Velázquez, al cabo de un rato, se asomó á la puerta del cuarto, diciendo con tono rudo: Ea, niña, basta de lloriqueo, que la tienda está sola.
Ea, figurémonos que hago esfuerzos para no dormirme. ¿Y para qué quiero yo dormir? Mejor es estar así, pensando uno en sus cosas. Estas rayas de papel, azules y verdes, se quiebran a distancia de veinticinco centímetros; no, de veinte. La flor gris alterna con la flor azul.
Habiendo, pues, don Quijote leído las letras del pergamino, claro entendió que del desencanto de Dulcinea hablaban; y, dando muchas gracias al cielo de que con tan poco peligro hubiese acabado tan gran fecho, reduciendo a su pasada tez los rostros de las venerables dueñas, que ya no parecían, se fue adonde el duque y la duquesa aún no habían vuelto en sí, y, trabando de la mano al duque, le dijo: ¡Ea, buen señor, buen ánimo; buen ánimo, que todo es nada!
A lo que respondió Trifaldi: -Sancho, bien podéis encomendaros a Dios o a quien quisiéredes, que Malambruno, aunque es encantador, es cristiano, y hace sus encantamentos con mucha sagacidad y con mucho tiento, sin meterse con nadie. ¡Ea, pues -dijo Sancho-, Dios me ayude y la Santísima Trinidad de Gaeta!
Sí... No haber más que un Dios, un Dios solo. ¿Y a mí, qué? Por mí que haigan dos o cuarenta, todos los que ellos mesmos quieran haberse... Pero di, gorrón, me has quitado la peseta. No me importa. Pa ti era. ¡Un Dios solo!». Y viéndole coger el palo, se puso la mujer en guardia, diciéndole: «Ea, no pegues, Jai.
¡Que canten, cóncholes! replica el estudiante, que á mí me gustan mucho las marzas.... ¡Ea, á cantar! añade luego, abriendo una rendijilla, nada más, de la ventana.
-Ea, buen Sancho -dijo la duquesa-, buen ánimo y buena correspondencia al pan que habéis comido del señor don Quijote, a quien todos debemos servir y agradar, por su buena condición y por sus altas caballerías. Dad el sí, hijo, desta azotaina, y váyase el diablo para diablo y el temor para mezquino; que un buen corazón quebranta mala ventura, como vos bien sabéis.
Pues un domingo que salí con él al Perejil, por si había mirado á Fulano y por si Mengano había dicho ¡ole!, llegamos á casa y, sin decir palabra, toma unas tijeras y tiene las malas tripas de hacerme rajas el vestido y los zapatos... ¡Ea! ¡otra vez desnuda!... Yo le digo: «Pero, hijo, ¿es que te gusto más en cueros?...»
Palabra del Dia
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