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Actualizado: 17 de julio de 2025


Francisca... volvió a decir la pobre Paulina completamente enfadada esta vez. Ea, no hables ahora como mi madre exclamó Francisca cada vez más exasperada. Me fastidias y me irritas... ¡Vamos, niñas!... ¿Qué pasa? preguntó la abuela desde el extremo del salón. Pasa, señora, que estoy muy enfadada respondió Francisca. Venid un poco con nosotras; nuestro juicio corregirá vuestra exuberancia.

Dale ese : que le oiga de tu boca y será el más feliz de los mortales. ¿Y cuándo? ¿Y de qué suerte? No: no le digas nada. Tengo vergüenza. Cállate; cállate por piedad. Que se vaya y me deje tranquila en mi retiro. Ea, mujer, no seas desatinada. ¿Cómo se ha de ir sin contestación, después del paso que ha dado?

Porque si á la Humanidad le han ido con cuentos de ; que si aprieto, que si no aprieto... yo probaré.... Ea, que ya me voy cargando: si no he hecho ningún bien, ahora lo haré, ahora, pues por algo se ha dicho que nunca para el bien es tarde. Vamos á ver: ¿y si yo me pusiera ahora á rezar, qué dirían allá arriba?

Don Víctor levantó entonces los ojos y pudo apreciar que eran, en efecto, encantos los que no velaba bien aquella chica. Se cerró la puerta del cuarto de Petra y don Víctor emprendió de nuevo su majestuosa marcha por los pasillos. Pero antes de entrar en su cuarto se dijo: «Ea; ya que estoy levantando voy a dar un vistazo a mi gente».

Platón vacilaba, no dando a Segunda todo el crédito que esta creía merecer. «Ea, que me voy cargando... y quien va a traer el juez soy yo afirmó el anciano, dando una patada . El chico está donde debe estar, y bien saben que yo no miento. Y si no, pregúntenle a su madre».

Señora y madama dijo Ponte desencasquetándose el sombrero con gran dificultad . Caballero soy y me precio de saber tratar con damas elegantes; pero como de aquí ha salido la absurda especie, yo vengo a pedir explicaciones. Mi honor lo exige... ¿Y qué tenemos que ver nosotras con el honor de usted, so espantajo? gritó Juliana . ¡Ea, no es persona decente quien falta a las señoras!

Una mañana se presentó en casa el doctor Sarmiento; iba muy de prisa, muy de prisa; llamó a la puerta, y dijo a señora Juana: ¿Rodolfo? ¿No está en casa? Pues ¡ea! decirle que le espero esta noche... que le necesito... ¿eh? No me hice esperar. El facultativo estaba en su gabinete, hojeando no qué libracos. Vaya, muchacho, llegas a buena hora. Cenarás conmigo.

Ya me estoy riendo del chasco que se va usted a llevar. Porque ahora, como si lo viera, se lanzará otra vez a la vida libre. Divertirse... ¡ea!... Por de pronto habrá un arreglito, y ese tunante le dará alguna protección; tendrá usted casa en que vivir... Y ahora que me acuerdo, ¿ese hombre es casado? señor dijo Fortunata con pena.

Hay por ahí unos cuantos tunos que se comen lo que no es suyo, lo que es de todos, del común, y el día en que se diga: «Ea, bastante ha durado la mamancia...», va a ser bueno, va a ser bueno.

Con ir dejando a un lado a los piratas y colocando a la gente honrada... Mira , es bien fácil. A ver... ¿D. Fulano es un hombre honrado? señor. Pues venga acá. ¿Y D. Zutano? También. Venga. Ea, ya me tienes la Administración arreglada. Yo que los tunantes chillarían; pero que chillaran hasta reventar».

Palabra del Dia

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