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Actualizado: 16 de julio de 2025


Asombróse el duque, me preguntó el objeto de mi deseo, insistí yo, diciendo que era un capricho, y á la noche siguiente el duque me trajo un memorial en que se pedía una limosna á la reina, y á cuyo margen se leía: «Dense á esta viuda veinte ducados por una vez», y debajo de estas palabras una rúbrica. ¡Era la misma letra, la misma rúbrica de las cartas! no podía tener duda: la reina era amante de don Rodrigo Calderón.

Las rentas de España llegaron a bajar a catorce millones de ducados, mientras las del clero ascendían a ocho millones. La Iglesia poseía más de la mitad de la fortuna nacional. ¡Qué tiempos!, ¿en, don Antolín? El Vara de plata le escuchaba fríamente, como si hubiese formado un concepto definitivo de Luna y no hiciera gran caso de sus palabras.

Preguntólas que qué era la merienda y el estar conmigo, y la madre y tía dijeron cómo yo era un mayorazgo de tantos ducados de renta y que me quería casar con Anica; que se informase y vería si era cosa, no sólo acertada, sino de mucha honra para todo su linaje. En esto pasaron el camino hasta su casa, que era en la calle del Arenal a San Filipe.

Pues bien; quemad esa alfombra y lavad esos rastros, señora; algo habéis de hacer por vuestra parte. Ahora bien, alcalde; vais á salir de esta casa. En ella no habéis encontrado nada. En premio de vuestros servicios, miráos ya presidente de los oidores de la real audiencia de Méjico, con tres mil ducados para costas de viaje. ¡Ah! ¡señor! ¡excelentísimo señor!

-Dice verdad -dijo el comisario-: que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales. -Y le pienso quitar -dijo Ginés-, si quedara en docientos ducados. ¿Tan bueno es? -dijo don Quijote. -Es tan bueno -respondió Ginés- que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren.

Después la mostró un cofre lleno de alhajas y de doblones de oro. Esto la dijo es para ti; llama á tus padres y vive con ellos; no digas á nadie que el duque de Osuna te ha traído, ni que has sido doncella de servir; no te conviene. Yo además te enviaré ó haré que te envíen todos los meses, mientras vivas, trescientos ducados. ¿Cómo, señor, os vais? Necesito estar en Madrid á fin de mes.

Pues ¿y el castillo de Monleón, en Picardía, que parecía un cerro y que batimos, tomamos y saqueamos los soldados de Sir Roberto Nolles, antes de que existiera la Guardia Blanca? De allí saqué yo unos arreos de caballo, de plata maciza, que me valieron cien ducados. ¿Sois vos el arquero Aluardo? le preguntó en aquel momento un ballestero que acababa de cruzar el patio del castillo.

Primeramente se dieron A espías ciento y sesenta Mil ducados. ¡Santos cielos! ¿Qué? ¿Os espantáis? Bien parece Que sois en la guerra nuevo. Más: cuarenta mil ducados De misas. Pues ¿á qué efecto? A efecto de que sin Dios No puede haber buen suceso. Al paso desto Yo aseguro que le alcance. Como se va el Rey huyendo De tantas obligaciones, Quiero alcanzarle... Más: ochenta mil ducados De pólvora.

A Nicolás de los Rios se libraron 700 ducados por y en nombre de Miguel Ramírez por dos carros de representaciones. A Hernando Franco, autor de danzas; se libraron 280 ducados por dos que había de sacar, intituladas: La mañana de San Juan y una boda pastoril. La primera con 20 figuras y la música y la otra con 18 y dos de música y asimismo por la Tarasca y moxarrillas .

Adornando el puente de su galera llevaba tres esmeraldas enormes, valuadas en más de cien mil ducados: una tallada en forma de flor, otra en forma de pájaro y otra de campanilla, a la que servía de badajo una perla gruesa. Con él iban servidores que habían estado en tan lejanas tierras, adoptando sus extraños usos.

Palabra del Dia

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