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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Las ancianas, cobrizas y arrugadas, vistiendo trajes obscuros, suspiraban lastimeramente al ver la alegría de la gente moza. Febrer, luego de contemplar un buen rato a toda esta concurrencia, que apenas fijó en él una mirada distraída, fue a colocarse junto a Pep en un corro de payeses viejos.
¡Bravo, mon garçon! gritó el arquero riendo á carcajadas. Ya sabía yo que de haber un hombre en el corro no me costaría trabajo descubrirlo. ¿Conque tú quieres abofetearme, eh? Pues mira, otra cosa te propongo. Una lucha en regla. No á puñadas, porque yo tengo mi plan y no quiero echar á perder esa cara de pascua que Dios te ha dado.
Tonta, ¡si es como agua! ¡Si aunque te ajumeres, esto se pasa en seguida!... Cuando terminó la cena, sonaron las guitarras y la gente formó corro, sentándose en el suelo ante las sillas que ocupaban los músicos y el señorito con su gente. Todos estaban ebrios, pero seguían bebiendo. ¡Qué basca!
Su majestad el rey. ¡Ah! pues corro dijo Quevedo permitiéndose una licenciosa suposición de ligereza. ¿Sabéis el camino? Aprendíle ha rato. Pues id con Dios. Guárdeos él y á vos, amigo don Juan. ¡Ah! don Francisco, esta es la primera aventura que me hace temblar. No digáis eso, que al conoceros medroso, pudiera tener miedo vuestra guía y equivocar el camino.
Puedes estar seguro, papá, de que Juan se hallará aquí mañana a la noche, si no es imposible. Corro al telégrafo. Excúseme, señor Martholl balbuceó el señor Aubry levantándose penosamente, voy a pasar a mi cuarto, no puedo más... Y sostenido por su mujer y su hija, salió del salón. María Teresa volvió pronto, con el rostro oscurecido y los ojos húmedos.
Así es que Amparo huía, huía de sus lares camino de la Fábrica, llevando a su madre, en una fiambrera, el bazuqueante caldo; pero, soltando a lo mejor la carga, poníase a jugar al corro, a San Severín, a la viudita, a cualquier cosa, con las damiselas de su edad y pelaje. Cuando la madre se vio encamada quiso imponer a la hija el trabajo sedentario: era tarde.
¡Cómo se conoce que usted escupe en corro con la canalla! ¿Y cómo están sus mercedes del estómago? ¿Se han hecho al fin al vino de España? Y el Gran Duque de Berg, ¿cómo anda de sus calenturas? ¿Hay mieditis? Porque yo tengo para mi que si a esos señores se les caen los calzones es porque, como dijo el otro, al que mal vive, el miedo le sigue.
De pronto se levanta, me arranca el sombrero de la cabeza sin mirarme, salta al medio del corro y se lo pone. Comienza una serie de movimientos con las caderas, con el pecho, los brazos, la garganta, con todo menos con los pies. ¡Olé la Carboneriya! gritaron dos o tres.
¡Yaaaá lo creo! ¡Toma, toma! ¡Pues si es una joyita, hombre! ¡Caramba con usted y cómo lo gasta! ¿No se lo decía yo a usted, eh? Debo advertir que por ahora no hay nada. No se eche usted a maliciar ya. Principio quieren las cosas, hombre. Hablaban así al atravesar una calle principal, cuando de pronto les llamó la atención el corro de gente parada a la puerta de una sociedad de recreo.
Jacinta echó un vistazo a todo aquel conjunto, y entre las respetables personas que formaban el corro, distinguió una cuya presencia la hizo estremecer. Era el Pituso, que asomando por entre el ciego grande y el chico, atendía con toda su alma a la música, puesta una mano en la cintura y la otra en la boca. «Ahí está» dijo al Sr. Izquierdo, que al punto le sacó del grupo para llevarle consigo.
Palabra del Dia
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