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Actualizado: 2 de octubre de 2025


Este vagó todavía un rato de grupo en grupo escuchando comentarios. Tenía ganas de irse, pero había visto en un corro cerca de la puerta a su antiguo maestro y ex amigo Rojas. Desde la publicación de los artículos había evitado cuidadosamente el tropezar con él y por no pasar cerca se estuvo quieto. En el amplio corredor iluminado resonaban cada vez más altas las voces de los socios.

¡Granuja! rugió el matón, al mismo tiempo que caía una de sus manos sobre la cara de Batiste, sonando una terrible bofetada. Como animado por tal agresión, todo el corro se lanzó contra el odiado intruso; pero encima de la línea de cabezas empezó á moverse un brazo nervudo empuñando un taburete con asiento de esparto, el mismo tal vez en que estuvo hasta poco antes Pimentó.

Ella bailaba en medio del corro frente a Luis, con las mejillas enrojecidas y un brillo extraordinario en los ojos. Nunca la habían visto bailar tan arrebatadamente y con tanta gracia. Sus brazos desnudos, de una palidez de perla, elevábanse en torno de la cabeza, como asas de nácar de voluptuosa redondez.

Ya hemos visto cómo el piloto intimó con Morsamor y formó parte de su corro, y cómo Fray Juan se holgaba de estar en él y hasta de reír y charlar con las dos aventureras, pues, aunque piadoso, era indulgente, muy conocedor de las flaquezas humanas y bastante ejercitado en la virtud de la eutropelia.

Concluida mi deprecación mental, corro á mi habitación á despojarme de mi camisa y mi pantalón, reflexionando en mi interior que no son unos todos los hombres, puesto que los de un mismo país, acaso de un mismo entendimiento, no tienen las mismas costumbres ni la misma delicadeza, cuando ven las cosas de tan distinta manera.

JULIAN DE ALMENDARIZ no reusa, Puesto que llegó tarde, en dar socorro Al rubio Delio con su ilustre musa. Por las rucias que peino, que me corro De ver que las comedias endiabladas Por divinas se pongan en el corro. Y á pesar de las limpias y atildadas Del comico mejor de nuestra Esperia Quieren ser conocidas y pagadas.

Yo los desprecio y corro y vuelo más y más: ¡cadáveres y huracanes, hacedme lugar! Un huracán, el más terrible de los que recorren el Africa, discurría solitario por el Océano del desierto.

Manolo el de Trebujena había sacado del serón de su asno un tonelillo de aguardiente y servía copas en el centro de un corro. Acudían a él, con avidez de enfermos, los viejos gañanes de cara apergaminada y barbas recias, brillando en sus ojos el consuelo del alcohol.

Tan era así, que muchos días antes del baile ya había celebrado largas conferencias con Clementina acerca de este punto esencialísimo. Formóse el corro de sillas. Pepe Castro fué a sacar a Esperanza, que tomó su brazo de buen grado. Mas antes de dar un paso llegó el conde de Agreda. ¡Cómo, Esperancita! ¿No me había usted concedido el cotillón? preguntó sorprendido.

El señor Magistral dijo Mesía, hablando por primera vez al corro no es un místico que digamos, pero no creo que sea solicitante. ¿Qué significa eso? preguntó Joaquinito Orgaz. Se lo explicó Foja. Se discutió si el Magistral lo era. Dijeron que no Ronzal, Orgaz padre, el Marquesito, Mesía y otros cuatro; que Foja, Joaquinito y otros dos.

Palabra del Dia

reclinándose

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