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Actualizado: 29 de julio de 2025


Estuve poco tiempo; al llegar, me robáron quanto traía unos rateros en la plaza de San German; luego me reputáron á mi por ladron, y me tuviéron ocho dias en la cárcel; y al salir libre entré como corrector en una imprenta, para ganar con que volverme á pié á Holanda. He conocido la canalla escritora, la canalla enredadora, y la canalla convulsa.

¿Qué muchacho? preguntó Nieves, casi sin voz y temblorosa, con ánimo de alejar un poquito más la respuesta que se la pedía tan en crudo. El hijo de don Adrián... Leto, vamos. No yo dijo aquí la pobre niña aturrullada y convulsa , cómo responderte a eso; porque no está bien claro...

El rey se quedó removiendo el brasero y murmurando: Creo, Dios me perdone, que la duquesa me teme: bien haya el que me ha mostrado el camino; pero ¿quién será?¿El padre AliagaBah! el padre Aliaga no se anda conmigo con misterios... ¿quién será?¿Quién será? Abrióse la puerta por donde había entrado poco antes la duquesa, y el rey se calló. Adelantó doña Juana, pero pálida y convulsa.

¡Si no le he visto, mujer; si no le he visto! repetía dulcemente el anciano. Olóriz, en pie delante de nosotros, pálido, silencioso, hacía una figura verdaderamente desgraciada, tirándose con mano convulsa de la barba hasta arrancarse algunos pelos. Tomé el partido de dejarla desahogarse. Cuando hizo una pausa, le dije en son de broma: Vaya, Raquel, no sea usted tan nerviosilla.

Lázaro tuvo que intervenir, y mientras levantaba del suelo á Paz, recogió la nerviosa todas las monedas que su rival dejó caer en el combate; se envolvió en un manto con presteza convulsa, y apretándose el bolsillo, salió corriendo de la sala, tomó la escalera, descendió por ella y huyó. Lázaro no quiso presenciar más tiempo aquella escena.

Mirósela y vio que todavía sangraba del golpe, pero entre sus dedos lucía una hoja de acero. No pudo recordar cuándo ni cómo vino a su poder. La persona que le sujetaba por la mano, era el señor Morfeo, que arrastró al maestro hacia la puerta, pero éste se resistía y se esforzó en articular el nombre de «Melisa», tan bien como lo permitía su boca contraída y convulsa.

Entonces Ester, trémula y convulsa, apretó con la mano el signo fatal, como si instintivamente quisiera arrancárselo del seno. ¡Tan intensa fué la tortura que le causó la acción de aquella criaturita! Y como si la agonía que revelaba el rostro de la madre, no tuviera otro objeto que divertirla, la niñita fijó las miradas en ella y se sonrió.

Había diferentes prendas de ropa por el suelo. Los criados le dijeron que la señora había hecho trasportar el baúl después de irse él para facturarlo en doble pequeña, según decía. Luego había salido y no había vuelto. Montesinos, aturdido, horrorizado de la idea que le cruzaba por el cerebro, abrió con mano convulsa el secreto del cofre donde guardaban el dinero. Ni un céntimo había allí ya.

Pero Miguel, arrastrado del deseo de lucir su habilidad en este nuevo ejercicio, no quiso atender a la negativa y se puso a cacarear de lo lindo en todos los tonos agudos y graves. La niña, agitada, convulsa, con los ojos espantados, gritaba cada vez con más fuerza: ¡No... ina no...! ¡feya, feya! Fue necesario terminar. El artista quedose un tanto mohíno viendo despreciados sus esfuerzos.

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