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, adiós, ángel mío, es preciso que nos separemos. ¿Ves? la noche ya es menos obscura, las estrellas palidecen y esa claridad rojiza nos anuncia la proximidad de la aurora. Adiós, pues, Rosita mía. Otro beso... uno solo... ¡el último! alma de mi vida. Y el sol doraba ya las altas torres del convento, cuando aun duraba este beso.

Muchos de los rebeldes se acordaban de los camaradas de La Mano Negra: allí les habían dado garrote. La plaza estaba solitaria: el antiguo convento convertido en cárcel tenía cerradas todas sus aberturas, sin una luz en las rejas. Hasta el centinela se había ocultado detrás del gran portón.

Quedé clavado al suelo. ¿Adonde? pregunté con un vago terror de algo extraordinario, maravilloso, que la palidez de Paca me infundía. No ..., al convento me parese. Mi terror disminuyó al saber el caso concreto, y recobré la acción. Nada nos deja tan paralizados como el miedo de lo que se ignora. ¿Y cuándo se la llevan? Ahora mismito.

Pero el citado Diaz de Rivas con muy sólidos argumentos induce á creer que la resistencia del caudillo godo con su gente tuviese lugar en la iglesia del convento de Sta. Clara, que en tiempos antiguos llevó sucesivamente los nombres de S. Jorge y Sta. Catalina.

Elena entra mañana en un convento, de manera que os veréis libre de su guarda, y podréis pasearos todo el día y hacer lo que queráis... ¿Por qué parecéis disgustada? yo creí que os iba a causar gran alegría. Marta comprendía muy bien que debía fingir una gran satisfacción.

Y recordaba cierto aurresku bailado por don Carlos en Durango, en un convento de monjas, sin pecado para nadie, por ser la danza vascongada la más honesta del mundo.

Era tertulio del convento un mozalbete, de aquellos que usaban arito de oro en la oreja izquierda y lucían pañuelito de seda filipina en el bolsillo de la chaqueta, que hablaban ceceando, y que eran los dompreciso en las jaranas de mediopelo, que chupaban más que esponja y que rasgueaban de lo lindo, haciendo decir maravillas a las cuerdas de la guitarra.

En el patio de su casa, que era tan grande como un claustro de convento, tenía numerosos pájaros y cuadrúpedos, y en mitad de él, ocupando una jaula especial, como rey de esta pequeño é inquieto mundo, al que podía hacer enmudecer con sólo un grito, estaba el caburé.

Aunque no pudieran encerrar a Gloria en el convento contra su voluntad, porque las autoridades estaban ya sobre aviso, al matrimonio podía oponerse la madre mientras no fuese mayor de edad.

Ahora no diréis como yo que es un digno convento el convento de Santa Magdalena; porque, en fin, figuraos una pobre joven encerrada en él, con sus diez y ocho años, sus ojos negros y su corazón español que late bajo su escapulario. A primera hora, maitines, una larga plegaria en una iglesia sombría y helada; después vísperas, después la misa, después la novena, después el Angelus ¿y qué yo?