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Pero mis sueños tomaron al instante otra dirección más práctica que la de escalar el convento y arrebatar de su celda a la hermana. En estos tiempos hay que contar con la influencia funesta que sobre la poesía ejerce la guardia civil. Si no se cuenta con ella es facilísimo dar un disgusto terrible a la familia.

Pobre de vos, que sois un insensato... Allá en San Marcos supe, por cartas de algunos amigos que se venían sin que nadie las viese á mi bolsillo, y que yo leía cuando de nadie era visto, supe, repito, que la Dorotea se había escapado del convento donde la guardábais y se había metido á cómica; supe además que el duque de Lerma la mantenía, y alegréme, porque dije: el tío Manolillo será enemigo á muerte de su excelencia.

Es verdad: Amparo que nada espera en el mundo, se ha arrojado sollozando en los brazos de Dios. Pero Dios está en todas partes. Indudablemente. Por ejemplo: en mi casa puede encontrar a Dios como en el convento. Y ¿de qué modo puede estar Amparo en su casa de usted sino como su esposa? Cabalmente: eso es: quiero casarme con ella.

Corrígete, mujer... ¿Te has olvidado ya de la que hiciste en el convento? ¡Vaya un escándalo! Lo sentí mucho por ti. Aquel día me puse mala. Chica, no me hables... Vaya, que me trastorné de veras. Pero una tentación cualquiera la tiene. ¿Y qué, dije muchas barbaridades? Yo no me acuerdo. No estaba en , no sabía lo que hacía.

¿Qué pasa? dijo el gitano a quien este insultante exordio había sacado de su éxtasis. ¡Pues bien! ¡tres veces maldito! yo te conjuro en nombre del superior del convento de San Francisco que es mi dueño y el tuyo... El mío, no, fraile. Mi dueño y el tuyo continuó ; te conjuro a desplegar las velas y a tomar el portante.

Hasta el año de 1620 no hay dato alguno que revele su existencia, aunque se sepa que hacia ese tiempo, y ya de edad de cincuenta años, era fraile en Madrid del convento de la Merced. Hubo, pues, de nacer, con arreglo á esa indicación, hacia 1570, y por tanto, era de alguna menos edad que Lope de Vega.

Comprimiéndose con dos dedos de la mano la ceja izquierda, habló a Fortunata de lo buenas que debían de ser aquellas madres Micaelas, de lo bonito que sería el convento, y de las preciosas y utilísimas cosas que allí aprendería, soltando como por ensalmo la cáscara amarga y trocándose en señora, , en señora tan decente, que habría otras lo mismo, pero más no... más no.

Asaltole frenética ansia de dejar de existir para el siglo, de entregar lo que le restaba de vida al servicio de Dios, entre los cuatro muros de una celda. Al día siguiente, al acercarse a Avila, ordenó al cochero que se llegase al convento de Santo Tomás. Quería hablar de paso con el Prior. Era un mediodía frío y luminoso de fines de octubre.

En el centro del jardín, la estatua de la Virgen se alzaba solitaria, bajo una corona de follaje que le formaban cuatro grandes magnolias, tan antiguas como el convento mismo; enredaderas de jazmín del País, trepando al pedestal de la imagen, le tendían floreciendo una alfombra de nieve.

Pero, que la conoces de hace tanto tiempo, ¿crees que acogerá mi demanda, si me atrevo al fin a presentársela? En cuanto a eso, no qué decirte... ¡Es un carácter tan misterioso!... Dicen que en su tiempo tuvo idea de entrar en el convento... Pero eso tal vez fuera a falta de cosa mejor. ¿Y tía?