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La amputación fué dolorosa; pero á Jaramillo le bastaba mirar la bolsita que llevaba pendiente sobre el pecho, con las plumas del caburé dentro, para recobrar su valor. Bien podía sufrirse un poco á cambio de tan poderoso talismán. Morales estaba triste y hablaba con timidez, como el que desea hacer una petición y no se atreve, midiendo su importancia. Al fin se decidió.

No hubo en todo el país un policía más valiente. ¿Qué puede temer un hombre que lleva en el pecho un talismán de plumas de caburé?... Cuando había algo difícil y peligroso que hacer, sus jefes daban siempre la misma orden: ¡Que llamen á Morales! En vano los rebeldes á la autoridad sacaban sus pistolas en tabernas y bailes. Antes de que disparasen, el mestizo se las arrebataba de un manotazo.

No había cráneo que pudiera resistir á sus perseverantes picotazos, iguales á golpes de barreno. Atacaba al toro, al tigre, al caimán, blindado de planchas duras como un navío de guerra. Este volátil pequeño y de malicia diabólica era el caburé.

Pero daba por bien empleados sus sacrificios pensando en el volumen de ochocientas páginas que iba á escribir, para Berlín, sobre el caburé y sus costumbres, libro que le valdría el premio de varias Academias. A los dos amigos se les ocurrió lo mismo: robar la prodigiosa bestia ó llevarse cuando menos algunas de sus plumas. El golpe sólo podía darse á la hora de la siesta.

En el patio de su casa, que era tan grande como un claustro de convento, tenía numerosos pájaros y cuadrúpedos, y en mitad de él, ocupando una jaula especial, como rey de esta pequeño é inquieto mundo, al que podía hacer enmudecer con sólo un grito, estaba el caburé.

Irritado Morales, habló de su infortunado camarada Jaramillo, del doctor germánico, del caburé, del caimán «el Abuelo»; contó toda su historia, sin que el otro cambiase de actitud. El mestizo se puso de pie. Podía el gringo dudar de las virtudes de su madre, si gustaba de ello; por eso no dejarían de ser amigos. En realidad, él no estaba seguro de quién había sido su padre.

Tengo un payé poderosísimo: llevo en el pecho tres plumas de caburé. Usted es casi del país; usted sabe lo que es eso. No hay hombre ni fiera que pueda nada contra . ¡Macanas!... ¡Todo macanas! Ya había surgido la terrible palabra. El policía empalideció al verse desmentido con un tono de desprecio. Pero ¿no le digo que tengo un payé?... Mírelo. A usted solo se lo enseño.

Llovían las balas en torno de su persona, pero ni una sola lograba tocarle. No gastes tus cartuchos, hermano continuó Jaramillo, con una expresión fatalista . Ese hombre posee un talismán, un payé que le hace invulnerable como el diablo.... ¿Quién sabe si lleva en el pecho alguna pluma de caburé? Morales cesó de disparar. Tenía una ciega confianza en la sabiduría de su compañero.

Aunque no dió el nombre de lo que había visto, bastó el tono de su voz para que Morales adivinase á quién se refería. Era el caburé. No podía ser otro. Los dos hablaban con frecuencia de él.

¡Quién tuviera una pluma de caburé, para ser invulnerable y por lo mismo el hombre más valeroso de la tierra!... Hasta el mismo Jaramillo padre, con toda su sabiduría, no había conseguido ver nunca un caburé en sus manos. Era muy difícil apoderarse de él. Por esto repitió el hijo, con una expresión de orgullo: Lo he visto: como te veo á ti.