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Era imposible matar á Jaramillo mientras guardase su talismán, la bolsita con plumas de caburé, que le hacía invulnerable. Y el déspota, animado por la resignación fatalista de Morales, extremó sus audacias. Un día lo abofeteó porque no le obedecía con rapidez, y al salir indemne de este atrevimiento, repitió á todas horas sus atropellos.

Además, conocía desde su niñez el poder de una pluma de caburé. ¡Viva el partido blanco! ¡Abajo Sepúlveda! ¡Mueran los colorados! Era el refuerzo enemigo que llegaba. Sonaron nuevos tiros en el fondo de las calles. Pasada la primera sorpresa, acudían las otras fuerzas del gobierno en socorro del cuartel. Esto se acabó. Hay que retirarse dijo Jaramillo.

Los animales del patio callaron medrosos, ocultándose en lo más profundo de sus viviendas. Pareció que se inmovilizaba la vida en todo el barrio. A impulsos del dolor, el mestizo había arrojado al caburé contra el suelo de la jaula, huyendo luego hacia la calle.

Deseaba ahogarlo y al mismo tiempo no quería oprimirle de una manera mortal, pues la pluma del caburé sólo conserva sus milagrosas cualidades cuando ha sido arrancada estando la bestia viva. Con la otra mano libre le despojó de las plumas de atrás, y el animal lanzó un alarido al mismo tiempo que repetía su picotazo. El grito espeluznante fué seguido de un profundo silencio.