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Actualizado: 20 de junio de 2025


Contemplándola Moreno con ojos más atrevidos que en los tiempos que no se creía rico y poderoso, vió de pronto cómo el rostro de la «señora marquesa» parecía velarse, lo mismo que si se deslizase sobre él la sombra de una nube invisible. Luego contrajo su boca con expresión dolorosa y se llevó las manos al rostro, para ocultar sus lágrimas. Se levantó de su sillón el oficinista para consolarla.

Por nada del mundo hubiera gustado de que silbasen a la Stolz como la habían silbado a ella, a no tener a la mano otro D. Joaquín para consolarla de la silba. Rafaela quiso, pues, que la Stolz triunfase, y se propuso contribuir a su triunfo. Y como Rafaela además era aficionadísima a la música, no se resignó a dejar de oír a tan egregia cantarina.

A la derecha del patio se divisa una pequeña habitación; agrupados allí los viajeros al lado de sus equipajes, piensan el último momento de su estancia en la población: media hora falta sólo: una niña, ¡qué joven, qué interesante! apoyada la mejilla en la mano, parece exhalar la vida por los ojos cuajados en lágrimas: a su lado el objeto de sus miradas procura consolarla, oprimiendo acaso por última vez su lindo pie, su trémula mano...

Notando después que Lucía no tenía más que decir y aguardaba respuesta, el Comendador hizo un esfuerzo para aparentar serenidad, y dijo á su sobrina: Ve, hija mía; ve á cumplir con ese deber de caridad y de amistad para con Clarita. Procura consolarla. ¡Ojalá que el padecimiento de Doña Blanca no tenga peores consecuencias! Voy volando, replicó Lucía.

Rosario se animó con la conversación; parecía rejuvenecerse junto á esta amiga de la niñez. Sus ojos, antes mortecinos, chispearon al recordar el pasado. ¿Y su barraca? ¿Y las tierras? Seguían abandonadas, ¿verdad?... Esto le gustaba: ¡que reventasen, que se hiciesen la santísima los hijos del pillo don Salvador!... Era lo único que podía consolarla.

Traté de consolarla con toda la elocuencia de que era capaz, hundí a la tía en el abismo más negro del infierno, y demostré a Marta menudamente que ella había nacido para desempeñar en la casa de Roberto el papel de ángel bienhechor. Pero todo fue inútil, no conseguí hacer revivir su fe en misma; el golpe la había herido demasiado profundamente.

Se discutió si el Ayuntamiento disputaba o no con suficiente energía al Obispo la administración del cementerio. En tanto subían y bajaban amigas y amigos, curas y legos que iban a ver al enfermo o a su hija. Don Pompeyo había hecho llevar a Celestina a su cuarto y allí recibía la beata a sus correligionarias y a los sacerdotes que venían a consolarla.

Luchando á brazo partido, con sus propias fuerzas, es casi seguro que Soledad hubiera dado buena cuenta de él. No; conmigo no se casará jamás, no habiéndolo hecho ya... Ya no me quiere... Son aprensiones tuyas. Velázquez te quiere, y tarde ó temprano se casará contigo. Decía esto para consolarla, pero sin creerlo.

El aprendiz de médico declaró al punto conocerla, y alegrándose de que allí estuviera, quiso participar de las dificultades de darle la noticia y del compromiso de consolarla y darle algún socorro si lo había menester. Fue el Director a su despacho en busca de Isidora, y allí pasó lo que referido queda.

Ya ve usted que mis inducciones de ayer resultan confirmadas por estas confesiones. Su amor acrecentó la pena de esa pobre mujer, lejos de consolarla. ¿Usted no sospechó nunca esto? Vérod dejó el libro, apoyó la frente en la mano, y contestó lentamente, como hablando consigo mismo: Yo esperaba, y creía que ella también mantuviera esperanzas.

Palabra del Dia

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