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Silencio profundo... Doscientos ojos escrutadores se fijan en la elegida, e Isabel Mazacán le envía desde lejos un irónico saludito de enhorabuena... Currita se muerde los labios y aparecen istrías sanguinolentas en torno de sus pupilas; un pedacito de encaje del pañuelo resbala por la seda de su falda y cae sobre la alfombra... Tras el telón, Butrón se azora de nuevo; Pulido murmura: «¡Lo dije!», y el tío Frasquito desiste de velarse el rostro con las manos por miedo de perder de nuevo el equilibrio... Diógenes ha desaparecido de la concha... La marquesa de Butrón prosigue: Vocales: excelentísima señora duquesa de Astorga, excelentísima señora condesa de Villarcayo...

Los hombres, por mucho que se examinen y estudien, por bien que escudriñen hasta los más escondidos senos de su conciencia, por severamente que se juzguen, y por muy alerta que estén, suelen con frecuencia concebir algún plan o proyecto, el cual les deleita y seduce, envolviéndose en tan mágica niebla, que logra ocultarse o velarse y disfrazarse al juicio, cuando éste interroga para fallar y condenar acaso, quedando patente y como desnudo a los ávidos ojos de la pasión que le ha creado.

De aquí por su mandado á priesa fueron Tres hombres con despachos y recados A Tucuman, en breve se pusieron, Que en el camino estaban bien cursados. Con esto en Tucuman presto tuvieron Noticia de Don Diego y de sus hados. Al Paraguay tambien la nueva viene Al tiempo que velarse le conviene.

Contemplándola Moreno con ojos más atrevidos que en los tiempos que no se creía rico y poderoso, vió de pronto cómo el rostro de la «señora marquesa» parecía velarse, lo mismo que si se deslizase sobre él la sombra de una nube invisible. Luego contrajo su boca con expresión dolorosa y se llevó las manos al rostro, para ocultar sus lágrimas. Se levantó de su sillón el oficinista para consolarla.