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Actualizado: 20 de junio de 2025
28 de octubre. Con la mayor tristeza he vuelto a acompañar a mi Alfonso a Lyón. Mi madre me ruega, en todas las cartas que me escribe, que vaya a consolarla: se encuentra en Rieux, pequeño pueblo junto a Mont-Mirail. A su regreso ha encontrado todos sus asuntos tan embrollados, que la pobre está disgustadísima.
Mi amada tuvo entonces una recrudescencia de entusiasmo hacia mí y tuve que consolarla de las traiciones de que yo mismo era cómplice. Pero mi nuevo capricho era demasiado imperioso para que yo pudiera engañar por mucho tiempo á Lea. Todos los días me separaba más de ella; hasta que resolví jugar el todo por el todo para recobrar mi libertad.
Porque en tal noche no podía salir del paso con cuatro frioleras... ¡Qué bochorno!... Rosalía vio los ojos de su amiga humedecidos por las lágrimas, y quiso consolarla. «Ese perdulario sin conciencia, esa inutilidad...» fue lo único que se le ocurrió. D. Francisco entró al poco rato, menos vivaracho y humorístico de lo que solía.
Sí, pero Agapo no sabía la razón, él no había de preguntárselo. ¡Quién sabe las penas que sufriría la pobre tía! ¡si ella, pudiera! ¡cómo no consolarla, si le era tan simpática! Entonces, la idea del cisma que la separaba de aquella familia hacía nublar su dulce mirada.
La trataba como si hubiera que consolarla de alguna desgracia de que en parte tuviera la misma doña Paula la culpa. Esto al menos creyó notar el Magistral. Faltaba algo que estaba en el aparador y el ama se levantaba y lo traía ella misma. Pidió azúcar don Fermín para echarlo en el vaso de agua y su madre dijo: Está arriba la azucarera, en mi cuarto.... Deja, iré yo por ella.
Usted, señor Conde, nos dirá el nombre del difunto. Don Braulio González dijo el Conde de Alhedín. Cuando supo Beatriz la muerte de su marido, su dolor tocó en los límites de la desesperación; mas no le resucitó por eso. Inesita estuvo también punto menos que desesperada. El Conde, compungido por todas aquellas lástimas, se esforzó por consolar a Inés: todo le parecía poco para consolarla.
En el primer piso se detuvo en medio del pasillo con el pecho jadeante para que su espíritu tuviera tiempo de recogerse y su valor de templarse a fin de preparar a su hija contra el dolor de la separación, o de consolarla con una falsa esperanza.
SANTA ISABEL reconcilió á padre é hijo, obligando á éste á que pidiese perdon al rey, cuya reconciliacion es mas meritoria, si se considera que ya habian venido á las manos, y se habia derramado la sangre en algunas batallas. A consolarla en estos quebrantos se dirigió la embajada de D. Fr. Sancho de parte de D. Jaime 2.º que dió materia á una de las cartas de que se hablará despues.
Pero por el momento se trataba de consolarla. ¿Cómo puedes ser tan tonta para atormentarte así tú misma? ¿Acaso su actitud no te dice noche y día que estás en un error? Sé lo que sé replicó ella, suavemente, con esa resignación altiva que es el arma de los débiles. Y esto que te digo no data de hoy.
Soy yo, su viejo amigo, el más desgraciado, el más respetuoso de todos sus amigos. No tenga usted miedo; no tema nada, ni siquiera que le dirija ningún reproche. En París estaba loco, pero el viaje me ha cambiado. Soy un padre que viene a consolarla. No se mate usted; ¡yo me moriría! Aquí se detuvo, se calló y escuchó. No oía más que los latidos de su corazón.
Palabra del Dia
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