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Actualizado: 20 de junio de 2025
En resumen, procuró al principio el vizconde consolarla, sin alcanzar su objeto; muy admirado de su previsto fracaso, acabó por aceptar francamente su situación, ese hombre de mundo, contentándose con esa especie de reservada amistad que le ofrecía su adorable cónyuge. Desde ese día, continuaron tratándose bajo el pie del confiado compañerismo, fácil, y no exento de cierta ironía.
¡Oh, no por Dios! ¡Qué feo estarías sin bigote! exclamó separando sus manos de los ojos, donde brilló una sonrisa maliciosa detrás de las lágrimas. Reynoso aprovechó aquel furtivo rayo de sol para consolarla. Pero no fue obra de un instante. Elena estaba muy ofendida, ¡mucho! Era preciso que el detractor cantase la palinodia, hiciese una completa retractación de sus errores.
El señor Molina recorría, muy caviloso, las habitaciones de la casa, y al pasar junto a su sobrina, sin atreverse a consolarla, echaba sobre ella una mirada penetrante. ¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! murmuraba hablando consigo mismo, pero con el propósito de que ella, oyéndole, comprendiera que no le engañaba su apacible indiferencia exterior.
La madre de Hannele viene á consolarla, como si fuera una santa; el maestro de escuela, que había inspirado á Hannele un delicadísimo amor de adolescente, se convierte en Jesucristo, como para darle la mano de esposo; matizados y luminosos coros de ángeles cantan melodiosamente muy lindas canciones, ofreciendo á Hannele toda clase de regalos y de cosas exquisitas, suculentos manjares y hasta confites.
Estaba como asombrada de estar allí; en su mirada boba leíase más estupefacción que dolor, y únicamente al fijarse en la criatura agarrada a su enorme pecho derramaba algunas lágrimas. ¡Señor! ¡Qué vergüenza para la familia! Ya sabía ella que aquel hombre terminaría así. ¡Ojalá no hubiese nacido la niña! El cura de la cárcel intentaba consolarla.
Palabra del Dia
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