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Actualizado: 29 de mayo de 2025
¡Tú no debes burlarte! ¿Oyes? gritó tomando del sirviente el abrigo y el sombrero. Y sentía crecer oscuramente su hostilidad contra Julio. Este le miró, muy serio, y le aseguró que no tenía ningún deseo de burlarse; por el contrario, compartía su sufrimiento y le compadecía con sinceridad.
Los marineros lloraban en silencio, con una emoción tan honda que compadecía. Era extraño ver correr las lágrimas por esas caras encallecidas y percudidas por el sol, el viento y la lluvia, arrugadas por el tiempo, las fatigas y los peligros, y cuya expresión ordinaria era la indiferencia.
Y entonces, se había sentido devorar por la necesidad imperiosa de besar esa mano dolorida, de besarla devotamente en el dorso, de besarla con avidez en la palma; se había sentido devorado por el deseo de sentir el contacto de esa mano milagrosa en su cálida frente. ¿No era tan caritativa y bondadosa aquella mano? ¿No la había visto él un día curar cariñosamente a un herido, a un pobre loco, de cuya insania moral todos reían y ella sola se compadecía?
El mundo entero desapareció á sus ojos, no quedando de toda la creación sino la barba sedosa de Velázquez, sus blancos dientes africanos y su irónica sonrisa y acento displicente. Por mucho que se jactase de guapo, todavía pensaba la joven que se quedaba corto. Creía de buena fe que no existía en Cádiz mujer de alta ó baja calidad que no le envidiase su buena dicha, y las compadecía.
Era simpatía a su persona y respeto a su nombre. Valls no tenía más que una heredera, y además estaba enfermo: la exuberancia prolífica de su raza se había desmentido en él. Su hija Catalina había querido ser monja en la adolescencia; pero ahora, pasados los veinte años, sentía gran amor por las vanidades del mundo, y compadecía tiernamente a Febrer cuando hablaban ante ella de sus desgracias.
Así pensaba el zapatero. Pero como compadecía y amaba, porque lo habían menester, a sus contertulios, asistía diariamente a ejercitarles en los procedimientos del discurso de doble fondo.
Caminaba en perpetuo éxtasis, dejando escapar exclamaciones de asombro, hablando de las dulzuras de la muerte, del mundo invisible y de las regiones donde el amor es perdurable: nunca se creyó tan superior, tan por encima del nivel común de la humanidad como entonces: compadecía sinceramente a los seres vulgares que en aquellas horas estaban tranquilamente durmiendo y no gozaban como ellos del mágico efecto de la luna sobre la nieve.
Después me hizo explicarle lo que pasaba en la escena: halló el matrimonio del tenor y la tiple muy proporcionado, pero compadecía de veras al barítono, a quien birlaban la novia; quedó sumamente disgustada cuando al fin del acto el tenor se ve en la precisión de acompañar a la reina y dejar abandonada a su futura, y declaró resueltamente que esta era una conducta indigna.
Estaba triste, después de los primeros asombros del viaje, y, al oírla suspirar debajo de su gran velo echado y murmurar palabras ahogadas que parecían quejas o plegarias, la compadecía con todo mi corazón. Hubiera querido mecerla en mis rodillas y consolarla con palabras acariciadoras como a un niño a quien se duerme para que no sufra.
Yo me conozco, querida mía; sé leer claramente en este oscuro libro de mi alma, y no me equivoco, no. Oyendo estas palabras en boca de la infeliz joven, al paso que compadecía su desventurada pasión, admiraba la gran perspicacia de su entendimiento. Pues ten valor. Di a tu madre que no quieres ser monja indicó Inés. Ayudada por tu amistad, podría hacerlo. Sola no me atrevo.
Palabra del Dia
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