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Enfrente de la casa piafaba y pateaba un caballo, mientras una voz robusta de hombre intentaba calmar sus impaciencias con interjecciones acariciadoras: «¡So... So... Quieto, Brunete!...». Luego esta misma voz exclamaba: «Vamos, papá, date prisa, vamos a llegar tarde...»

Margarita extremaba sus palabras de cariño, mirándole con ojos húmedos. Sus manos acariciadoras parecían de madre más que de amante; su ternura iba acompañada de un desinterés y un pudor extraordinarios. Se quedaba obstinadamente en el estudio, evitando el pasar á las otras habitaciones. Aquí estamos bien... No quiero: es inútil.

La hablaba misteriosamente al oído, sin saber casi lo que decía; murmuraba en su sonrosada oreja palabras acariciadoras que le parecían dichas por otro y le estremecían al decirlas con escalofríos de pasión. , era verdad; aquella noche era la soñada por el gran artista: la noche de bodas del arrogante Mayo con su armadura de flores y la sonriente Juventud.

Que yo te vea; que yo sepa que estás cerca de ...» Durante el concierto, los ojos de ella fueron de ventana a ventana, y al reconocer entre las cabezas del público exterior la cara de Fernando, enviábale por encima de su abanico sonrisas acariciadoras, besos apenas marcados con un leve avance de los labios, guiños malignos que comentaban la marcha del concierto y los errores de los ejecutantes.

Estaba triste, después de los primeros asombros del viaje, y, al oírla suspirar debajo de su gran velo echado y murmurar palabras ahogadas que parecían quejas o plegarias, la compadecía con todo mi corazón. Hubiera querido mecerla en mis rodillas y consolarla con palabras acariciadoras como a un niño a quien se duerme para que no sufra.

Con mirada de profundo reconocimiento pagaba a su padre sus groseras caricias, y para tranquilizar a su madre sabía poner en sus palabras y en su voz inflexiones tiernamente acariciadoras... Decididamente, este Simón no es sólo un muchacho de clara inteligencia, sino que tiene también el corazón en su sitio...»

Y le asediaba con ruegos ardorosos, con palabras acariciadoras, para que fuese en seguida a avistarse con su hermana. Montenegro cedió, vencido por la ansiedad del mocetón. Iría aquella misma tarde a Marchamalo; mentiría al jefe del escritorio diciéndole que su padre estaba enfermo. Don Ramón era bueno y haría la vista gorda.