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Actualizado: 13 de julio de 2025
Mi marido nació para cursi y morirá en olor de santidad». Esto no quitaba que le envidiase, pues iba viendo los sinsabores que trae y lo caro que cuesta el no querer ser cursi. La infeliz estaba rodeada de peligros, llena de zozobras y remordimientos, mientras su esposo dormía tranquilo al lado del abismo. Dormía como si tuviera muy lejos la vergüenza que tan próxima estaba realmente.
Bien pronto vinieron las confidencias, y como su amiga le envidiase mi amor, ella respondió: «¿Crees que le amo? no, condesa; pero me choca y me enternece; me da miedo y me divierte. ¡Qué pálidas resultan las lamentaciones de un héroe de novela al lado de su desesperación! porque, querida mía, cuando el pobre muchacho llega al capítulo de sus disgustos pasados, llora con lágrimas de verdad y, ¿lo creerás tú? me conmuevo» añadió riendo fuertemente.
Mi padre creía que don Ulpiano era honrado y de superior entendimiento... en su honradez, pudo creer, porque mientras él vivió aquel señor no sufrió reveses de fortuna, que son los que ponen a prueba la verdadera hombría de bien: lo de considerarle como inteligencia superior no me lo explico más que por una cosa: mi padre era débil de puro bondadoso; uno de esos hombres que ni desconfian de nadie ni saben decir que no; y don Ulpiano era de carácter duro, áspero: papá confundiendo la dureza con la energía, creyó de buena fe admirar, y hasta puede que envidiase, la cualidad opuesta a la que formaba la base de su carácter.
El mundo entero desapareció á sus ojos, no quedando de toda la creación sino la barba sedosa de Velázquez, sus blancos dientes africanos y su irónica sonrisa y acento displicente. Por mucho que se jactase de guapo, todavía pensaba la joven que se quedaba corto. Creía de buena fe que no existía en Cádiz mujer de alta ó baja calidad que no le envidiase su buena dicha, y las compadecía.
Palabra del Dia
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