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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Vió el joven los cuerpos de dos mastines muertos sin duda recientemente, pues tenían sus cabezas destrozadas sobre un charco de sangre. Siguió avanzando, y á pocos pasos de la casa encontró á un hombre tendido en mitad del camino. También estaba muerto. Era un peón de Rojas, un mestizo al que creía haber visto algunas veces, á pesar de que su rostro estaba ahora destrozado á balazos.
Dechard, blasfemando, saltó hacia atrás, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que iba a hacer, dirigió su arma contra el Rey, que cayó lanzando un doloroso gemido. El ágil espadachín me hizo frente otra vez, pero al volverse resbaló en el charco de sangre inmediato al cadáver del médico, y cayó al suelo.
«Así, así... muertos los dos... charco de sangre... yo vengado, mi honra la... la... vadita» murmuraba él dando golpes cada vez más flojos, y al fin se desplomó sobre el jergón boca abajo. Las piernas colgaban fuera, la cara se oprimía contra la almohada, y en tal postura rumiaba expresiones oscuras que se apagaban resolviéndose en ronquidos.
«Con tal pensó Loppi que la maga me quiera hacer este favor.» Y al otro día a la mañanita fue al charco, y se puso a dar voces: /P «Camaroncito duro, Sácame del apuro.» P/ y el agua se movió, y salió una boca negra, y luego otra boca, y luego la cabeza, con dos ojos grandes que resplandecían. ¿Qué quiere el leñador? Para mí, nada; nada para mí, camaroncito: ¿qué he de querer yo?
Formábalo esa curiosidad de lo horrible que reúne gente en derredor de los patíbulos, del charco de sangre, señal de un crimen, o junto a la oscura agonía de un perro. Tablas se enorgulleció de su papel. Aquel día era un día suyo, un día en que iba a mostrar su poder con pretensiones de poder político, ¡oh! ¡qué gran momento! Dos docenas de perdidos le obedecían, como obedece la piedra a la honda.
Detrás de Narcisa se arrastraba Andrés «a cuatro patas», sobre un charco de vino hediondo, luchando por levantarse, en un pataleo intercalado de blasfemias y amenazas. Después llegaba Julio, amortajado, andando sin pasos ni ruidos, como un ánima en pena; abría desmesuradamente los ojos, con expresión satánica, y lanzaba unas desatinadas imploraciones.
Un gran charco coagulado ante la chimenea anunciaba que la desgraciada se había herido allí. Un reguero de un rojo obscuro demostraba que había tenido fuerzas para arrastrarse hasta la cama. La criada, que había llamado a la justicia y alarmado al vecindario, ya no gritaba. Acurrucada en un rincón, con los ojos fijos en el cadáver de su ama, miraba ir y venir a toda aquella gente maquinalmente.
Por sus pliegues y repliegues de espuma, por su diversidad de colores, sus manchas y tonalidades, la superficie del charco se parece al mármol pulido, el que, por otra parte, no cabe duda que debe sus colores y dibujos elegantes, lo mismo que otras rocas admirablemente maqueadas, á los caprichos de la espuma, á los lentos movimientos de las aguas depositando sus aluviones.
De vez en cuando se detenía a la sombra de un álamo y levantaba la cabeza como si venteara ese aire húmedo e imperceptible para los hombres, pero que al delicado olfato de la raza canina le indica la fuente o el codiciado charco donde apagar su sed.
Y aseguran que, cuando murió, fué porque todos sus gatos se le echaron encima, clavándole las uñas en el cuello, y desgarrándole la garganta en girones, hasta dejarlo, después de horribles sufrimientos, exánime en un charco de su propia sangre.
Palabra del Dia
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