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Actualizado: 22 de julio de 2025


Se hallaba a dos tiros de carabina, y más lejos se veía a cinco o seis soldados con las armas en el suelo. Después de haber observado aquel grupo Juan Claudio volviose y dijo: Es un parlamentario que, sin duda, viene a intimarnos la rendición. ¡Que se le haga fuego! exclamó Catalina . Eso es lo mejor que podemos contestarle.

Algunos rescoldos brillaban aún en el hogar, y bajo la inmensa campana de la chimenea estaba sentado en la sombra Jerónimo de San Quirino, envuelto en un gran capote de estameña, con su barba rojiza terminada en punta, un grueso garrote entre las rodillas y la carabina apoyada en la pared. ¡Buenos días, Jerónimo! dijo la anciana.

En aquel momento, un hombre fornido, de piernas largas como las de una garza real, y cargado de espaldas, pasó corriendo por detrás de la pared, gritando: ¡Que vienen!... ¡Sálvese el que pueda! Hullin palideció. Es el amolador del Harberg dijo Juan Claudio, rechinando los dientes. Frantz no dijo nada, y, llevándose la carabina al hombro, apuntó e hizo fuego.

Notóse entonces que Manuel, el nuevo miguelete, dió un retemblido y retrocedió un poco, como para ocultarse detrás de sus compañeros... Al propio tiempo Heredia fijó en él sus ojos; y dando un grito y un salto como si le hubiese picado una víbora, arrancó á correr hacia la calle de San Jerónimo. Manuel se echó la carabina á la cara y apuntó al gitano...

Hasta entonces no había salido de él, satisfecha de recorrerlo en todos sentidos, de tocar sus flores, de acariciar sus árboles y sentarse largas horas en el gran cenador leyendo una novela. Ahora le había entrado curiosidad de verlo todo, un deseo vivo de espaciarse por el campo imitando a su cuñada Clara. De buena gana hubiera tomado una carabina como ella.

El padre y los dos hijos llegaron a la base de una roca, que tendría quince o veinte pies de altura, a la que subió el anciano Materne, pues nada mejor podía hacer, puesto que no llevaba armas; luego, después de cruzar algunas palabras en voz baja, Kasper examinó la espoleta de su carabina y apuntó muy despacio, mientras su hermano se hallaba preparado para imitarle.

Buscaba la gloria siguiendo el camino de sus aficiones, y por esto se había dedicado á cazador, persiguiendo y matando animales peligrosos en todas las latitudes del planeta. La señorita Craven recibía con frecuencia periódicos deportivos con el retrato de James carabina en mano, vestido de viajero ártico ó cubierto con un gran fieltro de cazador del centro de África.

Los Materne se habían detenido al borde de la peña; aquellos tres fuertes hombres rojos, con el sombrero levantado, el cuerno de pólvora al costado, la carabina al hombro, las piernas enjutas y musculosas, firmemente erguidos al extremo de la peña, ofrecían un extraño aspecto sobre el fondo azulado del abismo.

¡A Italia!... no, porque los asesinos son castigados con la muerte, ¿no lo sabes, Blasillo? ¡Dios mío! ¡usted asesino! dijo el muchacho con espanto. Escucha. Blasillo, yo tenía catorce años; mi hermana Sed'lha y yo conducíamos a nuestro padre que apenas podía andar, cuando cayó herido de un tiro de carabina. Era el fruto del odio santo, que nos tenía un cristiano.

El camarada de Gabriel, llevaba en el cinto por todo armamento una pistola, regalo de la Obrería: una antigüedad que jamás se había disparado. A Luna le enseñó el Vara de plata una carabina, legada por el ex guardia civil a la sacristía como recuerdo de sus años de servicio. Gabriel hizo un gesto de repulsión. Bien estaba allí: ya la buscaría cuando la necesitase.

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