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Actualizado: 22 de julio de 2025


En un monte de la provincia de Córdoba, la Guardia civil había encontrado un cadáver descompuesto, con la cabeza desfigurada, casi deshecha por una descarga a boca de jarro. Imposible reconocerle, pero sus ropas, la carabina, todo hacía creer que era el Plumitas. Gallardo escuchaba silencioso. No había visto al bandido después de su cogida, pero guardaba de él un buen recuerdo.

Montó en su cabalgadura, siempre con la carabina en la diestra, y uniéndose á su camarada fueron á situarse los dos junto á la tropilla de caballos, dispuestos á defender hasta la muerte las cargas de sacos y fardos que representaban la fortuna de la comunidad. Rojas pareció olvidarlos, acercándose á Watson para preguntarle con ingenua emoción: ¿Qué le pasa, gringuito?... ¿Le han matado?

Venía siguiendo el cauce del arroyo, y no sabía ya dónde estaba... voces y salté... ¿Y qué caza venía usted siguiendo, señorito? preguntó el paisano con acento socarrón. No traigo carabina... ya lo ve usted... Venía tan sólo por conocer estos lugares, que todavía no he visto. Y también por ver a esta reitana, ¿verdad? dijo el aldeano soltando una grosera carcajada.

Las horas, pasan y las detonaciones resuenan monótonas en la linde del bosque. Como a mediodía le llega el turno a Juan. Tira... y marra el blanco, a pesar de las flores que Gertrudis le ha puesto en la carabina... «Flores que dan la suerte», había dicho ella; y Martín, que estaba presente, se había sonreído como se sonríe uno ante una tontería.

La taimada de doña Rita, que está muy sofocada. Afirma que no es urca y que no pesa tantas arrobas, y que de todos modos no puedo llevarla conmigo, porque considerando que yo no la necesito para nada, por lo prudente que soy, y que la califico de carabina de Ambrosio, se fue con mamá, para acompañarla, desde esta calle de Don Pedro, donde vivimos, hasta el último extremo de la fuente de la Castellana, donde el general vive.

Los oficiales, detrás de los fugitivos, les golpeaban con los sables de plano, y como los tiros les iban a los alcances, acabaron huyendo con tanta precipitación como orden habían empleado a su llegada. Materne, de pie en lo alto del talud y acompañado de cincuenta hombres, blandía la carabina y reía con la mayor satisfacción. En la parte inferior de la rampa se arrastraban masas de heridos.

Pero como el ocio nunca entró en mis cálculos, decidí estudiar una carrera, y elegí la carrera de médico-cirujano. Aquí, entre nos, le confesaré que siempre he considerado la medicina como la carabina de Ambrosio, pero la cirugía, ¡ah! eso es otra cosa.

Bajar a Sevilla, meterse en la plaza, lejos de los montes y los desiertos, donde le era fácil la defensa, sin el auxilio de sus dos compañeras, la jaca y la carabina, ¡y todo por verle matar toros!... De los dos, aquel hombre era el valiente.

Después de estos momentos de exaltación, el doctor caía desmayado en el muro de la torre, murmurando: ¡Pan!... ¡Oh! ¡Nada más que un pedazo de pan! Los hijos de Materne, agazapados en la maleza, con la carabina al hombro, parecían esperar el paso de una caza que no llegaba. La idea de un acecho sin fin sostenía sus expirantes fuerzas.

Con sus ganancias compró tierra, mucha tierra, poco deseada por lo insegura, dedicándose á la cría de novillos, que había de defender carabina en mano de los piratas de las praderas. Luego se casó con su china, joven mestiza que iba descalza, pero tenía varios campos de sus padres.

Palabra del Dia

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