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Actualizado: 22 de julio de 2025
Pero hacía una tan hermosa tarde de primavera, que la idea de morir le pareció absurda, verdaderamente absurda. Miró al Chucro y vio que no le sacaba los ojos, siempre con la carabina cargada en la mano... «Si intento escaparme agregose Peñálvez, me fulmina de un tiro, con su excelente puntería de cazador profesional. A no ser que me ayude la Pepa, no podré huir de la isla...»
Nada le importaba que el cordillerano tuviese su carabina pronta sobre las rodillas.
Más arriba reconoció al leñador Rochart, con sus recias almadreñas cubiertas con pieles de carnero; en tal instante, llenaba la cantimplora y se ponía derecho lentamente, con la carabina bajo el brazo y el gorro de algodón inclinado hacia la oreja. Y no hubo más, porque para dominar todo el campo de batalla Hullin debía trepar a la cumbre del Donon, en la que be elevaba una roca.
Tres disparos de carabina partieron a la vez; el hábito azul del reverendo flotó un instante, y después ya no se vio nada, nada... ni caballos, ni hombres, ni fraile... nada más que olas espumosas que habían invadido ya la primera rampa del sendero e iban a estrellarse con gran estrépito contra la segunda. Sólo el gitano se había salvado.
Luego, la afición al patinaje predominaba sobre sus gustos de cabalgadora, y quería ser cazador alpino, «diablo azul» de los que se deslizan sobre largos patines, con la carabina en la espalda y el alpenstock en la diestra, por las nevadas pendientes de los Vosgos.
Cuando llegaron á él, siguiendo á los tres perros, que retrocedían sin dejar de mostrarles sus colmillos y ladrando furiosos, vieron á los dos cordilleranos todavía á caballo, y á Piola, con su carabina apoyada en el pecho, pronto á hacer fuego. Don Carlos se dirigió á él como si fuese el jefe. ¿Dónde está mi hija? preguntó impetuosamente.
Campon, cual muro de bronce El choque espera sereno, Y á sus valientes soldados Manda hacer continuo fuego, Y cuando balas no tuvo Dijo la espada blandiendo: «La carabina á la espalda «Sable en mano, coraceros!» Santander con su Escuadron Se lanza en el entrevero; Cuadra, ¡A la carga! ¡á la carga! Repite con voz de trueno: Sigue Blanco con sus bravos Montados en moros negros.
Volvían la vista atrás, con la carabina en una mano, prontos á hacer alto y disparar. Los otros que ocupaban la barricada estaban ya sobre sus monturas. Se rehizo el escuadrón, sonaron las voces de los oficiales, y un trote vivo con acompañamiento de choques metálicos se fué alejando á espaldas de don Marcelo.
Profundas arrugas surcaban las mejillas del caballero, que parecía no tener nada de amable. ¡Este es mi hombre! se dijo el cazador, mientras apoyaba en el hombro la carabina muy despacio. Luego apuntó, hizo fuego, y cuando miró, el anciano oficial había desaparecido.
Frantz y Kasper irán a su encuentro, le vendarán los ojos al pie de la peña y le conducirán aquí. Nadie hizo observación alguna, y los hijos de Materne, cruzándose la carabina en bandolera, se alejaron bajo la bóveda en espiral. Al cabo de diez minutos los cazadores llegaron adonde el oficial estaba, hablaron con él breves momentos, y los tres empezaron a subir al Falkenstein.
Palabra del Dia
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