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Actualizado: 22 de julio de 2025
Las miradas de todos convergiendo hacia aquel hombre le hicieron adivinar la verdad. ¡Ay! ¿Este era el Plumitas?... Se había despojado de su sombrero con torpe cortesía, intimidado por la presencia de la señora, y continuaba de pie, con la carabina en una mano y el viejo fieltro en la otra. Gallardo se asombró de las palabras del bandido. Aquel hombre conocía a todo el mundo.
Mientras hablaban los dos, Ricardo, alejándose un poco de ellos, intentó dar vuelta al rancho para llegar á su puerta; pero el otro cordillerano, adivinando su intención, se colocó ante él, levantando la carabina como si fuese á apuntarle.
En la diestra llevaba una carabina de repetición. Cubría su cabeza un sombrero que había sido blanco, con los bordes desmayados y roídos por las inclemencias del aire libre. Un pañuelo rojo anudado al cuello era el adorno más vistoso de su persona. Su rostro, ancho y mofletudo, tenía una placidez de luna llena.
Permaneció unos instantes suspenso; pero, ante la mirada fija, imperiosa del Duque, bajó la cabeza y se dispuso a cumplimentar la orden. Llamó al perro, le ató con una cadena, y tomando la carabina, salió de casa. ¡Qué ajeno iba el pobre animal de que le llevaban al suplicio!
Palabra del Dia
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