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Actualizado: 22 de julio de 2025


¡Un momento, amigo mío! No se trata ahora de despachar a nadie; se trata de ver lo que pasa. Frantz y Kasper llevarán armas; pero , como te conozco, vas a dejar aquí la carabina, el cuerno de la pólvora y el cuchillo de monte. ¿Y por qué? Porque tienes que entrar en poblado, y si te cogen con armas te fusilarán inmediatamente. ¿Me fusilarán? Desde luego.

Visitación, mientras sentada a los pies de la cama devoraba una buena ración de dulce de conserva, aseguraba con la boca llena que Somoza y la carabina de Ambrosio todo uno. La del Banco creía en la medicina casera y renegaba de los médicos.

Kasper, con la mano apoyada en el cañón de la carabina, parecía muy contento de su cacería, y Materne, frotándose las manos, decía: Yo estaba seguro que les traería a ustedes algo; nosotros, lo mismo mis hijos que yo, nunca volvemos con las manos vacías. En fin, ahí está.

Parándose y encarándose con don Andrés, le dijo: ¡Cuán injustamente me acusa vuecencia de hipócrita y de falsa! ¿Qué había de hacer yo? La aprobación y el aplauso que vuecencia dice que me daba eran tan ocultos como inútiles; eran la carabina de Ambrosio. La reprobación general cayó sobre y sobre mi madre, y vuecencia no protestó ni volvió por nosotras. Se supuso que yo era una perdida.

Su dignidad no le permitía ponerse a buscar a Rosa. Así que, después de descansar breve rato con la carabina apoyada en la sebe, afectando distracción y fatiga, tuvo mal de su grado que alejarse, sin conseguir lo que se había propuesto, el paso tardo, el ánimo caído.

Dame esa escopeta, Primitivo ordenó don Pedro . Estoy oyendo cantar la codorniz ahí, que no parece sino que me hace burla. Se me ha olvidado cargar mi carabina. Diciendo y haciendo, cogió la escopeta, apuntó a cualquier parte, y disparó. Volaron hojas y pedazos de rama de un roble próximo, aunque ninguna codorniz cayó herida.

Los dos hijos de Materne se habían agarrado del brazo, como si tuvieran miedo de perderse, y su padre, detrás de ellos, apoyado en la pared y el codo en el cañón de la carabina, les miraba con satisfacción. «Están aquí, los estoy viendo parecía decirse el anciano ; son fuertes los muchachos; los dos han logrado salvar el pellejo.» Y el valiente guerrillero tosía en el hueco de la mano.

Unicamente Materne permanecía de pie, según su costumbre, apoyado en la pared, detrás de la silla de Lorquin, con el cañón de la carabina en las manos y descansando la culata en el suelo. De la cocina llegaba el ruido de las conversaciones. Cuando Catalina, llamada por Juan Claudio, entró en la sala oyó una especie de lamento que la estremeció; era Hullin que hablaba.

La condesa iba ceñida por un riquísimo abrigo forrado de pieles, y ocultaba su rostro, encarnado como una cereza por el fresco de la mañana, debajo de enorme y caprichoso sombrero de paja. Pedro, en traje de cazador, marchaba llevando sobre el hombro una carabina de dos cañones y la de su señora, que era un primoroso juguete encargado exprofeso por el conde á Inglaterra.

Al ir a tomar el vaso, Plumitas se vio embarazado por la carabina, que conservaba entre las rodillas. Eja eso, hombre dijo el picador . ¿Es que guardas er chisme hasta cuando vas de visita? El bandido se puso serio. Bien estaba así: era su costumbre. El rifle le acompañaba siempre, hasta cuando dormía.

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