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Actualizado: 27 de junio de 2025


El nuevo monarca era joven y guapo, y una vez teniéndole ella a su alcance en el puesto de camarera, parecíale fácil amalgamar en poco tiempo, en misma, dos personalidades históricas que le eran muy simpáticas: mademoiselle de La Vallière y la princesa de los Ursinos.

La noticia de la visita de la policía al palacio de Villamelón había llegado a las altas esferas del Gobierno, causando en ellas sorpresa y disgusto: ignorábase allí la causa de aquella violenta medida del gobernador, y esperábase todavía, por otra parte, obligar a la Albornoz a aceptar el cargo de camarera, a pesar de la escena cómico-dramática que entre ella y el excelentísimo Martínez había tenido lugar la víspera.

¡Duquesa! No os quiero engañar... desde hoy... ¿Qué...? Dejo de ser camarera mayor. Meditad lo que hacéis dijo el duque alarmado... fuera vos de palacio, no podéis ayudarme á hacer el bien del reino. Estoy cansada, don Francisco... sufro mucho... lo que pasó anoche en palacio... ¿Pero qué pasó anoche?

Creo, señora, que la camarera mayor y el duque de Lerma, saben que paso la noche con vos. Pero saben que la pasáis por sorpresa. No tanto, no tanto. Os habéis venido huyendo del duque de Lerma. ¿Qué hacéis? dijo Felipe III. Ya lo veis, me siento. No creo que sea hora de velar, ni yo ciertamente he venido aquí para trasnochar sentado junto á vos. La reina no contestó. Vos no me amáis dijo el rey.

Comprendiendo el señor de Maurescamp que el caso era de los más graves, viose obligado a poner en den sus negocios. Juana no quiso ver a nadie; se supo únicamente por su camarera que había pasado la noche paseándose de uno extremo a otro, y hablando en voz alta «como una actriz».

¡Si me lo querrá usted decir a ! exclamó el buey Apis resollando por la herida. Y contó al gobernador, con todos sus pormenores, la historia del nombramiento de camarera y la escena de la carta arrojada al fuego, que había ya hecho desternillar de risa, en las narices mismas del ministro, a todos sus compañeros de gabinete.

Ciertamente; si al rey don Felipe no se le hubiera ocurrido armar la Invencible y enviarla á saludar á la reina de Inglaterra, la tempestad no hubiera deshecho la armada; no hubiera ido un jinete al Escorial á dar al rey la nueva del fracaso; la duquesa de Gandía no hubiera ido al cuarto de la infanta doña Catalina, ni el duque de Osuna al coro en busca del rey; no se hubieran encontrado, pues, á obscuras duquesa y duque; no hubiera nacido Juan, y no existiendo Juan, al soltarme de San Marcos me hubiera yo ido á Nápoles en vez de venirme á Madrid, y no me hubiera encontrado con la buena, buenísima hija del duque de Lerma: ni ella me hubiera dado la carta de la camarera mayor para su padre, ni por consecuencia, hubiera yo encontrado en el zaguán del duque á Juan Montiño, ni hubiera salido por el postigo de la casa del duque después de haber hablado con su excelencia, ni hubiera encontrado á Juan Montiño, que me acometió equivocándome con don Rodrigo, á quien esperaba para matarle, y si yo no hubiera estado allí cuando don Rodrigo salió, Juan Montiño muere; porque Francisco de Juara, que guardaba las espaldas á don Rodrigo, no se hubiera encontrado con mi espada, hubiera dado un mal golpe por detrás á nuestro mancebo, mientras don Rodrigo le entretenía por delante.

¡Ah! ¡señora! ¡ha estado perdida vuestra majestad para la camarera mayor! ¡Oh, ! y me alegro, me alegro, porque se ha llevado un buen susto. Susto del que ha salido, porque al fin ha parecido su majestad... ¡acostada! , , lo que no ha contrariado poco á la buena doña Juana por su torpeza en no mirar el lecho. Pero no hablo yo de ese susto, sino de otro mayor. ¡De otro mayor!

Hoy, una pecadora más o menos cara, de esas cuyo amor gozado sin ilusión, deja en alma y cuerpo el descaecimiento y el hastío propios de todo lo forzado; mañana, una gran señora de aquellas a quienes se corteja por vanidad, cuyas caricias no valen el sobresalto que cuestan; otro día, una camarera de fonda de las que a primera vista parecen limpias y resultan insoportables; de cuando en cuando, la mujer con quien se tropieza en viaje, posesión de lo anónimo, encanto de lo desconocido, los besos en el túnel, la parada en la misma fonda, noche, almuerzo, regalo y despedida con tristeza falsificada.

Es necesario inventar otra historia para engañar á doña Clara, aunque es necesario que sea más ingeniosa que la que he contado á la camarera mayor, porque doña Clara tiene mucho ingenio. Y bien dijo dándose un golpe en la frente : ya tengo la historia. Utilicemos el ruidoso asunto de los amores del príncipe don Felipe con la querida de don Rodrigo; eso es, adelante.

Palabra del Dia

rigoleto

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