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Actualizado: 27 de julio de 2025


¿Pero qué causa hay que os obligue á proteger á esas gentes? No me preguntéis la causa, porque no os la diré. ¿Y estáis empeñada? Empeñada de todo punto. ¿Y si prenden á don Francisco?... No sólo dejo de ser camarera mayor, sino que ofendida de vos... ¿Ofendida de ?... por cierto; porque habréis desatendido mi recomendación... ofendida por vos, dejaré de ser vuestra amiga.

¿Vuestra majestad me despide de su servicio? dijo, sobreponiendo su orgullo á su turbación, la camarera mayor. Creo, Dios me perdone, que os atrevéis á reconvenirme porque os reprendo. Yo... señora... Me he cansado ya de sufrir, y empiezo á mandar. Continuaréis en mi servicio, pero para obedecerme, ¿lo entendéis? Señora... mi lealtad...

Sea como queráis; y á propósito de ello, voy á escribir ahora mismo á vuestro padre. ¡Ah, señora! no sabré negaros nada si me desagraviáis. Permitidme un momento, amiga mía; concluyo al instante. La camarera mayor se acercó á la mesa, se sentó delante de ella, abrió un cajón, sacó papel, se caló las antiparras y se puso á escribir, lenta, muy lentamente.

Abrióse al cabo una puerta, y asomó por ella la cabeza de una doncella. La camarera mayor de la reina quiere ver á la señora dijo la joven en voz baja. ¿Qué hacemos, doña Inés? dijo también en voz baja la una dueña á la otra. ¿Qué os parece que hagamos, doña María? preguntó la preguntada. La señora no duerme, que solloza dijo doña María.

¡Ah! ¡ah! dijo el padre Aliaga para ; ¿conque la de Lemos y Quevedo mancillan los nombres de dos familias ilustres? ¡se aman! ¡Quevedo es amigo de ese don Juan, y la condesa de Lemos es camarera de la reina! El padre Aliaga se quedó profundamente pensativo y guardó la carta de la abadesa.

Tuviste la suerte de caer sobre una estúpida parisiense que te procuró una buena colocación con la esperanza de una pensión. La señora de la calle del Circo y su camarera te tienen por un inocente; se dice que tus señores te distinguen con su confianza.

¡Ah, no, no! bastantes aventureros tiene España que vayan á matarse en la guerra, en Flandes, en Italia y en Francia; don Juan es valiente... don Juan es capitán de la guardia española junto al rey, y no saldrá de Madrid, no saldrá de la corte; vos sois camarera mayor de la reina y yo dama de honor; los tres unidos, viviremos muy felices, y luego... lo dominaremos todo... ganará la reina y perderá Lerma.

De igual modo andaba constantemente a la greña con la planchadora sobre si los puños, sobre si los cuellos, y con la camarera sobre si las botas, sobre si el botón de la levita. La misma D.ª Romana, su respetabilísima patrona, a pesar de su continente digno y talento persuasivo, no se libraba de las amargas recriminaciones del joven, y a veces de sus violentísimos apóstrofes.

¡De usted misma, señora condesa, de usted misma! gritó el ministro . ¿Se atreverá usted a negar delante del ministro de Ultramar que ha solicitado el cargo de camarera, con tal que diesen a Velarde la Secretaría del rey, y a usted seis mil duros de sueldo?... ¡Pues ya lo creo que lo negaré! contestó Currita con todo su desparpajo.

Y yo no qué hay esta noche en palacio: las damas andan de acá para allá. La camarera mayor está insufrible, y la señora condesa de Lemos tan triste y pensativa... algo debe de haber sucedido grave á la señora condesa. ¿Pero quién os ha dado esta carta? La señora condesa de Lemos. La condesa de Lemos no es alta, ni blanca, ni... no, señor murmuró Montiño.

Palabra del Dia

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