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Actualizado: 12 de julio de 2025


Vio agitarse los matorrales como movidos por una bestia obscura, cautelosa y maligna. Allí estaba el enemigo. Primero avanzó la cabeza, luego el busto, al fin sacó las piernas de entre el ramaje crujidor.

Tengo deseos de correr a cuatro patas. Quisiera ser toro y que te pusieras delante de , estoque en mano. ¡Flojas cornadas ibas a llevarte! ¡Aquí... aquí! Y con los puños cerrados, a los que comunicaba su nerviosidad una nueva fuerza, marcaba terribles golpes en el busto del torero, cubierto sólo con una elástica de seda.

Vila a la claridad de la luna parada e inmóvil dentro del marco de la ventana, los brazos cruzados sobre el pecho, el busto un poco echado hacia atrás. Al envío del beso, contestó con un ligero movimiento de hombros; en seguida con su bella voz de contralto que tanto adoraba, dejó caer lentamente estas palabras: ¡Adiós... imbécil! Después no he vuelto a verla.

Es que, en efecto, el nombre de una figura típica ya no es una etiqueta banal que se adosa al zócalo de un busto o a los plintos de un bajo relieve; es el signo representativo de una concepción, de una creación, de una idea. Aun hoy mismo, el título de héroe o de semidiós habla menos al pensamiento que el nombre de Aquiles.

No podría usted dormir excitado por ese ambiente, y ha venido a tentar de nuevo la suerte con la misma esperanza que le guiaba otras veces. Hablaba sin su ironía habitual, quedamente, como si conversase con ella misma. Descansaba con abandono su busto en el respaldo del banco con un brazo cruzado tras la cabeza.

¿Aún te ríes, hijo de perra? ¡Mardito seas, guasón! ¡Mardita la vaca que te parió y el ladrón de tu amo que te dio hierba en la dehesa! ¡Ojalá esté en presidio!... ¿Aún te ríes? ¿aún me haces muecas? A impulsos de su rabia, tendió el busto sobre la mesa, avanzando los brazos y abriendo los cajones. Después se irguió, levantando una mano hacia el cornudo testuz.

Casi a la vez que caía de su pedestal el busto del monarca, recibióse en Lima la noticia de la muerte de Felipe V a consecuencia de una apoplejía fulminante, que es como quien dice un terremoto en el organismo. De cómo una escultura dió la muerte al escultor

Hay carros que van empavesados de emperadores en bronce. Si á todos los metales donde está el busto de Napoleon III se les pudiera dar vida, seguramente habria bastante para formar todo un vasto imperio compuesto solamente de emperadores.

Pilar era alta, rubia y de ojos negros; no era hermosa, como una heroína de novela antigua, pero muy agraciada y simpática; no tenía los dedos hechos a torno, porque la aguja y el trabajo los habían deformado, ni el busto escultural, porque no me atrevería a decir si la corrección de sus líneas era debida al corsé o era natural patrimonio de su dueña; mas, la verdad sea dicha: Pilar pasaba por buena moza y aun llegaba a parecer bonita, y lo hubiera parecido mucho más sin aquella palidez de su cara, que no se sabía si atribuirla a la fatiga o a la anemia.

Se había deslizado del banco: estaba casi sin saberlo, arrodillado ante ella, agarrado a sus manos y avanzaba el rostro, sin atreverse a llegar hasta su boca. Y ella, echando atrás el busto con desmayo, murmuraba débilmente con un quejido de niña: No, no: me haría daño... me siento morir.

Palabra del Dia

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